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Difuntos, por Alfonso Verdoy

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Hoy cada país está abierto a todos los países y a todas las culturas, salvo escasas excepciones, y han sido los medios de comunicación los que lo han logrado. Mientras no existían más que el caballo y los carruajes para llegar a cualquier sitio, el mundo estuvo como parado, porque las formas de pensar y de vivir eran siempre las mismas y no se conocían otras. Pero las comunicaciones fueron haciéndose más rápidas a partir de la invención de la imprenta, luego los periódicos, el tren, los coches, la radio, los aviones y la tele hicieron que en cualquier parte se recibieran y conocieran nuevas ideas y nuevas costumbres que hacían viejas a las que se tenían. Es lo que ha dado lugar a la llamada globalización, aunque no sea una palabra del todo exacta.

Y no los es porque no es que se extiendan ideas y costumbres de todos los países, sino especialmente de dos: Inglaterra y Estados Unidos. A la gran mayoría le gusta las canciones inglesas y las costumbres americanas. Belgas, alemanes, rusos y chinos, entre otras muchas nacionalidades, tienen una influencia escasa, y hasta ellos mismos están sometidos a esa “anglificación” – y no globalización- que domina en todos los confines.
Mientras tanto, las formas de vida propias de los nativos decaen rápidamente, pues quienes las conservan suelen ser tachados de personas anticuadas y sin valor. Ahí tenemos el ruidoso Halloween como uno de los ejemplos, que se ha impuesto a nuestro Día de Difuntos. Era esta una fecha que invitaba a la seriedad, a la reflexión y a darse cuenta de que la vida está enlazada necesariamente con la muerte, algo de lo que hoy casi nadie quiere hablar, porque lo desecha la inautenticidad que vivimos. Pues bien, ese día lo han suplantado por una celebración ridícula y chabacana, en la que se da cita a un terror de pacotilla, con un infantilismo tocado de aspavientos grotescos y vacíos.

La identidad de las personas coincide con el modo como sienten la realidad y con el modo como responden

¿Es esto inocuo?, para responder hay que considerar que la identidad de las personas, aquello que ellas verdaderamente son, coincide con el modo como sienten la realidad y con el modo que responden, o sea en como actúan. Los actos surgen pues de ese sentimiento primero y personal. Pero actualmente, esa globalización enfermizamente anglófila nos está imponiendo los actos que hayamos de hacer. Ya no brotan estos de lo que sentimos nosotros sino de lo que sienten otros; nos queda todavía el sentir propio, pero al paso que vamos nos impondrán un sentir diferente, con lo que dejaremos de ser lo que somos y perderemos nuestra verdadera personalidad.