Resulta terrible, en este ya avanzado primer cuarto del siglo XXI, descubrir Ucrania desde la ominosa guerra ordenada por Putin. Es triste saber de ella más por causa de una maldita guerra que por los tiempos pasados de la ahora añorada Paz.
Hay un caldo de cultivo en los comportamientos de las masas que hace que, de vez en cuando, surja un dictador. Lo que ha ocurrido en Rusia con el dictador Putin puede ocurrir en cualquier otro territorio. Porque no valoramos lo más mínimo la ausencia de guerras, y somos incapaces de hacer las paces con nadie. Sobre todo, porque idolatramos a quienes ejercen el liderazgo de nuestra ideología o conveniencia, y odiamos a los adoradores de un líder diferente al nuestro. Y, al final, el resultado es siempre el mismo, que bien se podía resumir en una frase: “vuestras guerras, nuestros muertos”. Siempre ha sido así, pues las guerras las organizan los de arriba gracias al apoyo que se les dan los de abajo.
La Democracia sigue siendo una utopía. Con todas las imperfecciones que pueda tener, no respetamos sus reglas cuando no nos conviene, empezando por la separación de poderes y siguiendo por la permanente descalificación de los contrarios y adulación de los nuestros. Es así como surgen los dictadores. Todos ellos, absolutamente todos ellos, a lo largo de la Historia, tienen el mismo perfil, cimentado en un populismo ultranacionalista y apoyado por los sumos sacerdotes de la religión que profesan. Por supuesto, demonizan la libertad de expresión y se consolidan en el poder con el robo de todo aquello que les apetece, para repartirlo a su libre albedrío entre los suyos, y masacrando a quienes piensan de manera diferente.
Para lograrlo, los dictadores “venden” todos sus actos apoyados en una poderosísima propaganda, en la que no falta la prostitución más obscena del Lenguaje. En el caso de la guerra contra Ucrania, el dictador y fascista Putin califica la destructora invasión como “operación especial”, argumentando que Ucrania está llena de fascistas. Como decimos por estos lares “dime de qué presumes, y te diré de qué careces”.
En estos momentos en los que la Solidaridad con Ucrania resulta encomiable, no estaría de más reflexionar sobre nuestras “actitudes democráticas”. Porque sabemos unirnos modélicamente ante las desgracias, pero nos peleamos por cualquier nimiedad en tiempos de Paz. De hecho, aquí no solo no hemos sabido cicatrizar las profundas heridas de nuestra cainista guerra civil, sino que hay gente que reivindica el papel de los que entonces vencieron por medio de un golpe de estado.
Los pueblos ruso y ucraniano, hermanos por su condición de humanos y vecinos, son los actuales perdedores de esta guerra. Pero no solo ellos, porque en este mundo globalizado, todos somos perdedores. Tiempo al tiempo.
¡Malditas guerras!