Después de estos días de violencia en Cataluña, no otra cosa es salir para dejar constancia de la desobediencia a las decisiones judiciales sean estas en forma de marchas de rictus forzados o sean tumultuarias en medio del fuego purificador de antorchas o de contenedores, me queda una sensación de cansancio absoluto. No sé si a muchos de vosotros les ocurre algo parecido, pero no nos podemos quedar con los brazos cruzados, mucho tiempo hemos estado en la inacción y permitiendo la dejación de derechos civiles de todos por una mal entendida “discriminación positiva”. Y no solo de aquellos que dicen preservar una comarca, una lengua un territorio de una parte para esa parte, entendiendo que es la tierra la propietaria de los derechos y no las personas sino también de muchos de nosotros que callamos y consentimos, que ahora toca movilizarse y mostrarse para denunciar la armadura de odio con la que se construyen estas identidades nacionalistas.
No es solo que la historia nos recuerde de que material se recrean esos miedos y ese orgullo basado en un honor medieval y romántico que todo lo intenta impregnar, porque en toda creación nacional todo tiene la cabida de lo posible, aunque todos los participantes de este “déjà vu” sepan a ciencia cierta que no, que llegado el día, también entre ellos los habrá mas o menos patriotas, diferencias que son de vida o muerte, pues lo malo de las construcciones nacionales de inspiración romántica al mal modo de Hölderlin, Hegel o Schelling es que nunca se terminan de concretar y llevan implícita o explícitamente la desaparición o la reducción de los derechos civiles; no otra cosa es basar la ciudadanía en cuanto el amor a la tierra, no otra cosa es el exilio de la parte de la población no nacionalista y no otra cosa es limitar el acceso a los bienes sociales a los que no hablan una lengua que de un día para otro, discriminación negativa, se convierte en la única oficial.
No esta de más recordar unas palabras de J.F.K al propósito de mí causa; “Los estadounidenses son libres, en resumen, de estar en desacuerdo con la ley, pero no de desobedecerla. Pues en un gobierno de leyes y no de hombres, ningún hombre, por muy prominente o poderoso que sea, y ninguna turba por más rebelde o turbulenta que sea, tiene derecho a desafiar a un tribunal de justicia”. “Si este país llegara al punto en que cualquier hombre o grupo de hombres por la fuerza o la amenaza de la fuerza pudiera desafiar largamente los mandamientos de nuestra corte y nuestra Constitución, entonces ninguna ley estaría libre de duda, ningún juez estaría seguro de su mandato, y ningún ciudadano estaría a salvo de sus vecinos”.
Hemos vivido en este país; España, muchos años de feliz despreocupación cuando no, de una tolerancia suicida para con nuestros derechos y deberes. Muchos años de alimentar a los ciudadanos con quimeras sociales cuando están en juego leyes e instituciones esenciales.
Nos despertamos del mal sueño que supuso el terrorismo vasco y nos estamos despertando de esa apatía que supone vivir en un estado que parecía que lo garantizaba todo. No, no es así. Las modernas socialdemocracias no se sostienen con hilos, ni siquiera con la garantía de que todo lo soluciona el Estado, es responsabilidad de sus ciudadanos y no solo de sus gobernantes el alzar la voz y decir bien alto que por ahí; yo no paso.
Es lo mínimo, dejar constancia de que vivimos en pie, que no nos doblegamos a los cantos de sirena del nacionalismo y qué desde nuestras calles, casas y trabajos les decimos con toda la dignidad que tiene la de ser ciudadano, que no dividan más. Restablecer una idea de lo que significa “lo que es de todos” e identificar a quien sólo trata de dividir para conseguir un propósito mermado, “el de unos pocos en contra de todos”.
En fin.
Juan Manuel García Albericio