En navidades son muchas las familias que reciben a miembros alejados de su hogar, y lo digo también por experiencia propia. Son aquellas personas que, por motivos diferentes, se marcharon, cerca o lejos, a vivir su nueva vida. Pero la Navidad los llama porque tiene un reclamo especial, sea porque la nostalgia de la niñez rebrota con más fuerza, por un cariño latente que nunca se extingue o por ambas cosas a la vez.
Salvo en contadas excepciones, el encuentro se vive con una especial alegría, los besos y abrazos son sinceros porque surgen del corazón. Las conversaciones manan impetuosas y se interrumpen unas con otras; son tantas las ganas de hablar y de contarse noticias que no hay tiempo para las pausas. Luego la vida continúa, en apariencia, con la normalidad de siempre, pero se viven esas fechas con un cosquilleo especial, porque sabemos que al final de la jornada nos toparemos de nuevo con los recién venidos. Y con ellos pasamos esos días mágicos de la navidad, las comidas y las cenas, unos cuantos vinos por esos bares llenos de ambiente, o un recorrido por esas tiendas de Dios para comprar regalos con los que agasajar a los que más queremos.
«Las despedidas son unos de los pocos momentos
en que nos vivimos de verdad»
Sin embargo, esa magia navideña nos suele pasar casi desapercibida mientras vivimos las navidades, pero sí que la experimentamos con viveza cuando las esperamos, cuando tenemos el dulce presagio de la nochebuena, y después del día de Reyes, porque es entonces cuando nos sentimos cautivados por su grato recuerdo. Es la fecha en la que, aquellos que vinieron a visitarnos, aquellos con los que nos besamos y abrazamos de verdad, se marchan. Y vuelven entonces los abrazos y los besos pero sin la alegría exultante del principio, sino teñida con una nostalgia incipiente.
Y al fin se van, nos despedimos, y aunque nada digamos, experimentamos que algo se nos desgaja del corazón, y no porque nos quedemos más solos, sino porque las despedidas son unos de los pocos momentos en que nos vivimos de verdad y tocamos el fondo de nuestro ser. Notamos que los que se van no son solo un pilar importante, sino el pilar esencial, son esa piedra angular que equilibra el arco y soporta el peso de la humilde catedral de nuestra vida, una catedral modesta forjada con nuestro esfuerzo, pero que si le faltara esa piedra podría venirse abajo. Ah, las navidades!, esa maravillosa época en la que descubrimos-año tras año- que el trabajo, el dinero, y la salud son importantes, pero que lo esencial es el bendito cariño que nos mantiene unidos.