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Definir

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Generalmente, cuando tenemos que definir un objeto de cualquier clase, lo hacemos enumerando sus propiedades, que vienen a corresponderse con lo que ese objeto hace: a qué velocidad se mueve, cuánto pesa, en qué es soluble, qué aspecto ofrece, qué color manifiesta, cuál es su densidad, etc. Lo mismo sucede con un vegetal y con un animal, en cuyo caso citaremos además sobre todo sus costumbres. En definitiva igualamos el ser de algo con las funciones que realiza y con la forma física que tiene. Hemos buscado el ser y terminamos citando sus propiedades, y en todos los casos creemos haber resuelto el problema, de lo que sacamos en conclusión que para conocer el ser de las cosas nos basta con someterlas a una observación sistemática, utilizando todos nuestros sentidos, la vista, el olfato, etc.

Claro que no es lo mismo al intentar definir al ser humano. Por supuesto que su aspecto físico debe formar parte de su definición, pero es evidente que eso no es suficiente; también es imprescindible citar sus principales funciones, no solo las que corresponden a la dimensión biológica, como es la capacidad de desarrollarse, metabolizar los alimento y reproducirse, sino también las de la dimensión psíquica, como es la capacidad de aprender, de recordar, de realizar un trabajo, de reír, de pelear, de llorar, de amar, de odiar, de razonar, etc. Todas estas propiedades las obtenemos mediante la observación sistemática que cité arriba y también gracias a la propia experiencia. Pero hay algo que nos dice que todas esas cualidades no se corresponden con el ser de la persona, que emanan de él pero que no son su ser.

“Solemos igualar el ser de las cosas con las funciones que realizan y con su forma física”

Tenemos claro que lo que es una persona no se agota con lo que hace, aunque lo haga todos los días. Que el ser de la persona está por encima de eso y que por ello es capaz de que, llegado un buen día, haga otras cosas. Y ese ser, esa capacidad de cambiar sus funciones cuando quiera, no la podemos observar con ningún sentido.

El verdadero ser de la persona no se identifica con sus actividades, sino que consiste en esa capacidad de hacer lo que le plazca y cuando le plazca. Y esa capacidad no la podemos observar, podemos observar sus hechos, pero no ese mundo interior del que proceden y que está por encima de los hechos. Y es que los hechos tienen caracteres materiales, pero nuestro mundo interior no es material, y pese a que nos cueste decirlo, hemos de admitir que tiene que ser espiritual.