Hasta hace bien poco, eso de preparar un día para ir de tiendas era normal, y no solo dentro de la propia ciudad, pues también se iba a poblaciones cercanas para surtirse de ropa, calzado y otros complementos. Entrar en un comercio implicaba practicar todo un tratado de convivencia. Hechos los protocolarios saludos, enseguida se pasaba a lo importante: la petición de determinados artículos por parte de los compradores, los consejos del vendedor- quien no perdía la oportunidad de ofrecer por su cuenta algo que no le habían pedido- el regateo, la contraoferta, la discusión, el llegar a un acuerdo y formalizar el trato, o la despedida para seguir buscando en otro local.
En esos diálogos, en ese astuto tira y afloja por querer vender unos y comprar otros, se agilizaban las mentes y se reforzaba la personalidad de los dos digamos contendientes, pues toda compra-venta se puede considerar como una limpia batalla. Y se ganaba experiencia porque luego se hacía un repaso mental de lo sucedido: “qué simpático” o “qué mal educado ha sido el dependiente (o el cliente), “¿por qué no le habré dicho tal cosa?”, o ¿por qué no le hice caso?” o ¿por qué me dejé convencer?” “tengo que aprender para otro día”.
“Toda compra-venta se puede considerar como una limpia batalla en la que siempre se gana experiencia y agilidad mental”
Estas y otras reflexiones hacíamos tras haber ido de tiendas, lo cual era un vivo aprendizaje sobre relaciones personales, sobre cómo guardar las distancias dentro de un mutuo respeto, improvisando siempre, forzados por los imprevistos de la situación.
Claro que esto se hace cada vez menos, porque ahora se coge el ordenador, se miran unas cuantas fotos y precios, se pulsa una tecla y ya está comprado, así en silencio, sin intercambio de distintas razones, sin sonrisas o malas caras, sin aguzar el ingenio para inventar avispadas respuestas a toda prisa-lo cual nos enriquece -sin manifestarnos ni vivir las manifestaciones de otros, solos, perdidos en la más oscura individualidad.
Creemos así ganar mucho, pero es más lo que perdemos: en el aspecto económico provocamos que se cierren tiendas y más tiendas, con la consabida subida del paro, mientras que ciertas compañías, que no sabemos dónde tributan ni cuánto, ganan una fortuna; en el aspecto humano se nos anquilosa poco a poco la enriquecedora sociabilidad, fomentando un peligroso individualismo. Y es que nos morimos de ganas por entrar en las redes, palabra que irónicamente significa también malla que atrapa, y atrapados vamos quedando en ellas, aunque nos parezca un progreso.