Las manos del alfarero Cándido Martínez Santiago atesoran 35 años de trabajo entre barro y agua. Comenzó su formación en este oficio que apenas ha cambiado con el paso de los años en una escuela de artes y desde entonces ha ido trabajando poco a poco, sin descanso, investigando sobre el oficio y creciendo como artista.
El pasado mes de agosto este artesano que ha llevado el nombre de Alfarería Chapetán por las ferias de artesanía de Navarra, La Rioja y Aragón abría una nueva etapa en su trayectoria para instalarse en Tudela. En la capital ribera ha rehabilitado un antiguo local en la calle Roso que por sí solo merece una visita en el que a diario muestra su trabajo con las puertas abiertas. “Paseando por el casco antiguo de Tudela me di cuenta de su belleza, de que era un sitio muy bonito y que era lo que buscaba para este oficio al ser punto de paso para el turismo. Así que decidí renovarlo y crear aquí mi pequeño taller museo de alfarería. Creo que renovar el casco viejo ofrece muchas posibilidades y ayudará a reforzar un zona que, ahora, está un poco abandonado”.
Tras varios meses de limpieza y renovación el proyecto de Cándido se ponía en marcha hace escasas semanas y los tornos comenzaban a girar. “Mi objetivo y lo que pretendo hacer a partir de ahora es recuperar la alfarería navarra, cántaros pirenaicos, jarras de Estella, algunas piezas de Tudela que se puedan recuperar… También que el turista descubra el barro, lo toque, cree sus propias piezas y pueda llevarse un bonito recuerdo de Tudela creado por ellos mismos. Mi intención es que el taller esté abierto permanentemente, la gente que lo desee pueda entrar, ver cómo trabajo, lo que creo, venir con el chiquillo a hacer un jarrón”.
Con el tiempo, avanza, le gustaría contagiar la pasión por la alfarería e impartir algún curso para todos los que tengan interés por este oficio. “Tocar un producto natural como el barro es algo único. Pocas cosas contienen un contacto tan directo con la tierra y produce estas sensaciones, por eso me gustaría poder enseñar este trabajo, que atraiga a la gente y que se animen a jugar con el barro y la multitud de formas que nos ofrece”, describe.
Es su aportación para mantener y reivindicar la alfarería tradicional, lamenta, está desapareciendo como ocurre con muchas otros oficios artesanos. “Ahora mismo no tiene otro sentido que la decoración. Cuando no había plástico el barro era fundamental para cualquier uso, ahora su única salida es la decoración y, en concreto, la rústica es bastante complicada”.
El oficio, destaca se mantiene invariable con el paso de los siglos. “Al principio los tornos eran manuales, luego llego la rueda hizo que el impulso se diera con el pie y luego llegaron los motores, pero la técnica sigue siendo la misma, lo único que ha cambiado ha sido la forma de girar el plato”.