La Semana Santa, que ha pasado de ser un periodo religioso a un largo puente vacacional, se presta sobre todo a viajes de ocio, incluyendo por supuesto el regresar al lugar en que cada uno nació. Y por eso hemos visto esos días por nuestras calles a cantidad de tudelanos y tudelanas ausentes parándose a saludar a tantos amigos como aquí dejaron, y que por motivo de la ausencia sienten con más intensidad la alegría del reencuentro. Se preguntan jovialmente por la familia, el trabajo y la salud, y tras una jugosa charla se vuelven a dar un abrazo y siguen su andadura por nuestras rúas, hasta que otras caras amigas les saludan nuevamente.
Todo esto se vive con una alegría especial, que no se manifiesta con intensidad ruidosa, pero que sí dibuja una sonrisa de satisfacción plena en el rostro de quienes vuelven por unos días a respirar el aire mejanero. Y es por estas fechas precisamente cuando los que regresan manifiestan una actitud más risueña y jovial que en otras ocasiones, no porque vayan a ver el Volatín y el Ángel, pues a lo mejor el proyecto de su programa no se lo permite, pero sí porque en la Semana Santa- y precisamente porque se representan las ceremonias del Ángel y el Volatín- Tudela vuelve a sus orígenes, deja de ser una ciudad como todas, más o menos invadida por esa globalización universal, y recupera su propio carácter, su propia identidad.
En Semana Santa Tudela deja de ser una ciudad como todas, y recupera su propia identidad
Hay en esos días una especie de euforia latente que borbotea bajo los poros de todos los que se sienten tudelanos, hayan o no nacido en este pueblo, no ya por la pavada del Volatín- que a mí no me parece ninguna pavada, sino un espectáculo cargado de simbolismos- o por la ingenuidad de la ceremonia del Ángel, sino porque aquí nos gustan esas pavadas y esas ingenuidades, porque hemos volcado nuestro sentimiento vital en esos actos, siendo por tanto unos de los que mejor nos definen.
Es verdad que la mayor parte de los días del año lo olvidamos, pero es en esta gloriosa semana cuando lo recuperamos, y volvemos a sentir lo que somos, volvemos a experimentar que algo especial baila por nuestro corazón cuando andamos por nuestras calles, – que en esos días parecen brillar con más intensidad que nunca- y saludamos sonrientes a tantos tudelanos foráneos como nos visitan. Y es que sin darnos cuenta hemos vuelto a revivir la misma sensibilidad que tuvimos como pueblo en sus orígenes, y han vuelto a renacer en nosotros nuestras más primitivas esencias.