No me voy a referir al hecho de tener creencias de carácter religioso, sino a las creencias en general, porque cuando creemos seriamente en algo, aunque ese algo no coincida con lo que habitualmente se lleva, es cuando nos forjamos una verdadera identidad y realmente ocupamos el centro de nuestro ser, cuya principal consecuencia es la de hacernos nuestros únicos dueños. Sin embargo, mientras no tenemos ninguna creencia no somos nadie, estamos a verlas venir y a seguir la corriente, obedientes a lo que se lleva y se dice, pero el hecho de tener una, implica que alcancemos una vida propia. Ortega decía que las creencias son las que nos definían, puesto que forjaban un mundo interior que nos orienta en una dirección inequívoca, sin hacer caso a la vida convencional que, desgraciadamente, apresa cada vez a más personas.
Por otro lado se piensa, o al menos es lo que se respira en la mayoría de los ambientes, que el aumento de los conocimientos es suficiente para escapar a esta especie de masificación que despersonaliza. Por supuesto que esto es necesario, pero no es suficiente. Lo que se precisa de verdad es creer en algo, que es tanto como entregarnos a algo, porque de ese modo es como mejor orientamos nuestra vida, es lo que nos enseña el único camino que necesitamos y desecha los demás, no porque sean malos, sino porque no son los nuestros. Es lo que selecciona los conocimientos que nos son imprescindibles, es lo que nos hace asumirlos de verdad, hacerles formar parte de nuestro ser y no olvidarlos, entenderlos y descubrir su interna relación; eso es lo que proporciona una verdadera cultura, no esa otra superficial y vana que sirve para presumir en un grupo de amigos o para intervenir en un concurso televisivo.
Solo la creencia firme en algo es lo que hace que nos forjemos una identidad auténtica, no impersonal
Esa creencia firme en algo es lo que hace que nos forjemos una identidad auténtica, no impersonal, y de esa identidad brotan todas las manifestaciones de nuestro ser. Es a la vez la que despierta nuestra imaginación para buscar soluciones y respuestas a nuestras preguntas, la que nos ayuda a ser lo que tenemos que ser, es la que nos impide aburrirnos, porque nunca estamos realmente solos, pues en los momentos en los que esto se da, los aprovechamos para hablar con nosotros mismos, para reflexionar sobre si nuestros actos son o no los adecuados, para encontrar la manera de resolver una cuestión. Y es que hablar solos no es de locos, sino de personas cuerdas que saben lo que son y saben también lo que quieren.