Regresó a su país, tras haberse ausentado durante los meses de julio y agosto. Necesitaba esa ausencia como una especie de catarsis, de liberación. Cumple que los regresos tangan algo de “volver a empezar”, para mirar todo de nuevo, sin prejuicios, con los ojos limpios de un niño.
No tardó en darse cuenta de que nada había cambiado. La crispación política era, si cabe, mayor que cuando se marchó. Ni siquiera algo que afectaba a toda la ciudadanía, como la nueva ola de la pandemia, los altos precios de la luz, el nuevo status de Afganistán o la independencia de la Justicia había logrado unir mínimamente a mandatarios y opositores de la nación, comunidades, ayuntamientos y peñas.
Los desencuentros y las broncas constituían el estado habitual, sucediese lo que sucediese. Era algo estudiado y así debería seguir siendo.
También por falta de uso, desapareció del diccionario la palabra “SÍ”
Desaparecieron del diccionario, por falta de uso, las palabras “diálogo” y “generosidad”. Otras, como “Ética” y “Libertad”, cambiaron de significado. Ni que decir tiene que la culpa total de estas situaciones era siempre “de los otros”; mientras que la razón era, también siempre, “de los otros otros”. Es decir que “los otros” y “los otros otros”, a pesar de estar yuxtapuestos una buena cantidad de horas en salones, hemiciclos y cafeterías, diferían en sus puntos de vista antes incluso de proponer cosas, pues la respuesta a cualquier propuesta fuese una o la contraria, era sabida de antemano: “NO”. Así que, también por falta de uso, desapareció del diccionario la palabra “SÍ”.
Los palmeros, jaleadores, chupópteros, esclavos, lameculos y tiralevitas, tanto “de los otros” como “de los otros otros” agradecieron la arrolladora coherencia de sus respectivos líderes, porque, además de recibir inconfesables beneficios, se ahorraban la onerosa tarea de pensar. Los individuos que no estaban condicionados por “los otros” ni por “los otros otros”, y razonaban indistintamente las propuestas a debatir, fuesen del bando que fuesen, fueron hechos prisioneros, acusados de intentar desequilibrar el “sistema democrático”.
La guerra civil entre los “los otros” y “los otros otros” resultó algo tan previsible como inevitable. Fue así como la darwiniana evolución de las especies, una de las cuales había evolucionado a homo sapiens, dio paso al homo imbecilis. Una nueva evolución de la evolución, es decir a una contraevolución. La guerra fue brutal. Pero la posguerra no pudo ser más esperanzadora. Tanto “los otros” como “los otros otros” se encontraron juntos en los árboles, sin odio alguno, con una instintiva solidaridad, sin recordar a qué bando pertenecían y comunicándose con unos sonidos guturales, algo así como ujú, ujú, constituyendo durante varios milenios la única palabra del nuevo diccionario.
La destrucción había sido tan absoluta, que nadie recuerda en qué país sucedió todo aquello.