Inicio Colaboradores Alfonso Verdoy Contar la vida, por Alfonso Verdoy

Contar la vida, por Alfonso Verdoy

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Al decir de los que más reflexionan sobre la sociedad, cuanto mayor es el progreso y el confort, más disminuye el hecho de contarnos la vida. Esa narración vital era antes bastante común, y se cumplía dentro de la familia y del círculo de amistades. Lo normal era establecer una comunicación plena de cómo vivía cada uno su vida, cómo la sentía, que es lo que más le satisfacía y cuáles eran sus problemas. Pero hoy esos ámbitos, el familiar y el de los amigos, se han ido haciendo cada vez más estrechos, hasta el punto de que es raro que en ellos quepan más de dos personas. Así que hoy apenas se da esa narración sobre el sentir de la vida porque ya ha dejado de ser un asunto atractivo. Han perdido interés los problemas de los demás porque ha cobrado excesiva y única importancia el tema de la salud, de la propia salud, el hecho de poder sobrevivir, entendiendo la vida exclusivamente en un nivel biológico. Y este se ha convertido en el tema estrella de conversación y en el principal valor, el que elige los que se relacionan con él y rechaza los demás, aunque ocupen un lugar destacado en la escala ética.

No tenemos en cuenta que la felicidad no equivale a la suma aritmética de los placeres vividos, sino que es algo muy distinto

Hoy lo que importa es vivir, no caer en enfermedades, procurarnos un porvenir confortable a base de analgésicos, porque nos hemos forjado la idea de un futuro placentero gracias a los medicamentos, sean para lo que sean, lo mismo para los dolores físicos que para los dolores psíquicos, los mentales, esos problemas en que consiste la vida y de los que no queremos hablar ni que nos hablen. Se piensa que eso es despreciable, porque supone debilidad e incluso ignorancia, ya que no se tiene en cuenta que hoy hay pastillas para todo, y eso es lo más importante. Que nadie nos cuente su vida, suele decirse, porque sólo se piensa en pasarlo bien, en gozar lo más posible, ya que la vida es breve, demasiado breve, y hay que disfrutarla.

Pero no tenemos en cuenta que la felicidad no equivale a la suma aritmética de los placeres vividos, sino que es algo muy distinto. Porque no se puede ser feliz si no se siente de verdad la propia vida, lo que implica comunicarla a los que nos rodean y nos quieren, escuchar sus preocupaciones y puntos de vista, es decir, si no hablamos de ella, porque entonces no podemos experimentar la nuestra ni la de los demás. Vivimos, sí, nos mantenemos en la mera biología, pero se nos escapa a chorros la otra vida, la verdadera, la única que nos podría dar algo de felicidad. Bastaría que hablásemos de ella, que reflexionáramos sobre ella, y entonces se nos abrirían las puertas a una existencia quizá no más feliz, cosa muy difícil de lograr, pero sí más satisfactoria.