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Consumismo, Navidad y crisis de Materiales, por Julen Rekondo

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Aparecen una vez las fiestas de Navidad en el horizonte, y consumir es la tendencia predominante, a menudo en una cantidad muy superior a la necesaria. El sistema económico fomenta el consumo de bienes y productos, muchos de los cuales se acumulan en casa sin ninguna utilidad. El consumismo impulsa la economía, pero genera toneladas de desperdicios que nos vierten al colapso.

Hoy en día se consume cada vez más de forma absolutamente compulsiva sin tener en cuenta lo que ello supone, con muchas materias primas que escasean en el planeta. La cultura del usar y tirar se ha instaurado en las últimas décadas y los productos no están diseñados para ser recuperados, y acaban en vertederos sin ningún uso.

Es necesario aprender de la propia naturaleza que no genera residuo y donde la materia orgánica sirve para crear nueva vida. Los ecosistemas naturales se alimentan de sí mismos, es decir, toman la energía inicial de los recursos naturales renovables disponibles y, a partir de ahí, cada eslabón de la cadena trófica alimenta al siguiente y así sucesivamente. Esto mismo se debería tender a hacer en la industria, en la que residuos de una actividad sirvan de materia prima de otra y, a su vez, los residuos de esta segunda sean la materia prima de una tercera, y así sucesivamente.

Hacer la transición energética de la que se habla tanto últimamente va a requerir de muchos materiales. Quizá cuando nuestra técnica progrese lo suficiente, podamos sintetizar muchos materiales útiles usando solamente materias primas abundantes y fáciles de reciclar, pero mientras tanto podemos y debemos aprovechar la gran abundancia de materiales procesados de alta calidad generados por la sociedad industrial, muchos de los cuales se han arrojado a los vertederos sin pensarlo demasiado. Habría que planificar correctamente el desmantelamiento de todo lo “inútil” para sacarle el máximo provecho pensando en una época en que los materiales de minería no van a ser abundantes.

Otra cuestión sumamente básica y fundamental es que todos los productos contengan información básica sobre el grado de sostenibilidad en el uso de los recursos, a través de etiquetas que podrían indicar la reciclabilidad de los materiales o el CO2 incorporado en los productos, además de su durabilidad y reparabilidad. Ello supondrá que los productos duren mucho más, aboliendo la obsolescencia y obligando a los productores a hacer bienes de calidad, que prioricen el uso de materias primas abundantes y locales, que sean reparables, fácilmente desmontables y en última instancia reciclables.

La reparación es un derecho, que como tal está aceptado por la Unión Europea, que hay que impulsarla a través de la reducción del IVA en la reparación de productos o de bonificaciones, como lo hacen países como Suecia, Bélgica y Países Bajos, ya la aplican en la reparación de ciertos productos de consumo, o mediante la creación de espacios para reparar como es el caso de Traperos de Emaús en Navarra, u otros organismos, y a nivel internacional con los Repair Café, que es una red mundial de voluntarios que reparan aparatos y que cuenta actualmente con 2.350 centros en 40 países.

Nos estamos aproximando de forma acelerada a los límites planetarios. Esto implica que no queda otro remedio que reducir drásticamente el consumo y cambiar el modelo económico. La forma en que se extraen los recursos desde principios del siglo XX, hace pensar que las materias primas van a tener grandes problemas de suministros en pocos años. Como dicen Antonio Valero Capilla, director y fundador de Instituto Mixto de la Universidad de Zaragoza, CIRCE (Centro de Investigación de Recursos y Consumos Energéticos), y su hija, Alicia Valero, directora del grupo de Ecología Industrial en CIRCE, y autores de “Thanatia. Los límites minerales del planeta”, “vivimos en un planeta finito, con deseos infinitos y esto no es sostenible”.

Pero como comenzaba en este artículo, ya estamos prácticamente en la vorágine de las navidades, y si bien hace mucho tiempo, la Navidad era una celebración familiar y hace aún más, una conmemoración religiosa, hoy es fundamentalmente una fiesta del consumo. Y, en mi opinión, necesitamos hacer realidad lo de menos, de todo lo que suponga generación extra de CO2: energía, productos y servicios. Y más tiempo para el encuentro con los seres queridos, los paseos por la naturaleza, los saludos y los abrazos, y podemos ‘regalarnos’ un vistazo a la página ‘footprintcalculator’ para determinar nuestra huella ecológica, es decir, cuánto contribuimos al desastre climático con nuestras actividades y hábitos de consumo.

Cuanto menos gastamos más cuidamos el planeta, porque fabricar, transportar, envolver y desechar objetos o alimentos precisa energía y produce el CO2 y otros gases de efecto invernadero que provocan el cambio climático. Lo mejor es regalar experiencias en vez de cosas materiales, aunque se pueden hacer regalos artesanales. Hemos superado todos los límites de la sostenibilidad. Sabemos que cada año se avanza más en el día de sobrecapacidad, que es la fecha en la que la demanda de recursos y servicios ecológicos de la humanidad en un año concreto supera lo que la Tierra puede regenerar en ese año.

Esa fecha es calculada por la Global Footprint Network, una organización de investigación internacional.

No se trata de “aguar estas fiestas”. Pero sí deberíamos tener presente que la humanidad, como media, necesitaría 1,75 planetas para satisfacer sus demandas de recursos naturales. Pero las diferencias son muy grandes dependiendo de cada país: de los 9 planetas que consume Qatar, a los 5,1 de EE.UU, o los 2,8 del Estado español… a los 0,3 planetas de Yemen. El modelo actual de producción y consumo es una de las principales causas de la crisis climática y la destrucción de la naturaleza. Tenemos que cambiar la forma de vida: desde el modo en el que consumimos y producimos los alimentos, a cómo nos movemos, o cómo conseguimos nuestra energía.

Julen Rekondo, experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente