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Comunicando, por Alfonso Verdoy

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Es una palabra que hoy repetimos a menudo, porque la informática, con el apoyo de la electrónica y de los satélites, nos ha abierto un campo que no podíamos imaginar. Así que, ilusionados por tal hallazgo, estamos llenando nuestra vida de mensajes que van y vienen desde cualquier punto. Tal profusión está produciendo como una especie de empacho, que en cierto modo nos indigesta, por la sencilla razón de que estando en un solo sitio, gracias a las actuales tecnologías abrimos los ojos no solo al ámbito que nos rodea sino a otros muchos, y en ocasiones a demasiados. Claro que esto sucede en escasos momentos, pero el asunto amenaza con ir aumentando continuamente.

Cuando estamos abiertos a tantos frentes, la consecuencia es clara: nuestra atención pierde intensidad y la concentración lo mismo. Nos enteramos de lo que se nos dice pero no lo digerimos bien, y por tanto no lo aprovechamos como debiéramos. Pensemos que estamos en una habitación circular con varias ventanas abiertas al frente, atrás y a los flancos; si queremos atender a todo lo que se extiende ante nosotros, cada punto de vista nos distraerá de los otros, y no podremos sacar el fruto que esperábamos. El refranero, ese pozo en el que se ha decantado la callada sabiduría de la humanidad, ya nos da la respuesta: “Quien mucho abarca poco aprieta”.

Así que deberíamos cerrar los múltiples ventanos de esa habitación y atender a cada uno por separado y con orden, aunque eso implique demorar algunos, pero los podríamos consultar de manera escalonada y con cita previa: esto para hoy, aquello para mañana, etc. No estaríamos al tanto a la vez de muchas cosas, pero las seleccionadas las entenderíamos mejor y nos enriquecerían, que es lo importante.

Y no vale como excusa que la abundancia de mensajes acrecienta la comunicación, porque no es cierto. A través de los continuos mensajes tenemos información, pero no comunicación; nos llega solo el contenido, pero no el sentir de la persona que lo envió, por muchos signos y dibujitos que adornen la misiva. Nos llegan los mensajes pero no los mensajeros, porque la comunicación se da cuando topamos con quien nos habla, cuando compartimos su mismo espacio, cuando su cercanía nos da una misteriosa trasmisión de su ser hacia el nuestro y viceversa. Cuando nos sentimos unidos a ella a través del asunto del que hablamos, porque entonces sí que nos estamos comunicando, y es que es entonces cuando de verdad estamos viviendo.

Alfonso Verdoy