Pues eso: c’est fini, se acabó, finis est…dígalo usted como quiera; pero, eso, que se acabó el “tiempo de elecciones”, y nos quedan por delante, si nada ni nadie lo impide (que la cosa nunca está clara en estas cuestiones) cuatro años con ausencia de paradisiacas promesas y de duras realidades.
Tras las elecciones, y por muy breve tiempo, apenas unas horas para coger aliento, se han enfundado las facas, se han plegado las navajas, se han puesto en las antiguas vitrinas los puñales históricos, y ha desaparecido el resto de armamento correspondiente al arte cisorio, con todas las alevosas traiciones que conllevan. Porque ha llegado el tiempo de autocoronarse con laureles. Pero que nadie se apene, levantemos el ánimo, que los insultos y las falsas noticias volverán pronto a las redes sociales, que es nuestro domicilio, para, además de sangre, llenar todo de bilis, vísceras y deposiciones varias, en aras a la mentira, que seguirá siendo nuestra adorada y adorable diosa, sin la cual no sabemos vivir.
Y es que nos encanta la necrofagia, la hematofagia y la cropofagia, porque tenemos algo de buitre, de vampiro y de mosca cojonera, con el agravante que conlleva, en la especie humana, el hecho de estar dotados de una “supuesta” racionalidad.
En estos últimos meses nos hemos enterado de pocos proyectos y atiborrado de muchos antiproyectos. Hemos asistido a encomiables autoalabanzas de numerosos individuos de la especie homo politicus, que han actuado como jueces y partes, como examinadores y examinandos, como campaneros y procesionantes, todo al mismo tiempo. Y, por supuesto, sin el menor amago de sonrojo y con una cara de dureza 10 en la Escala de Mohs. No hay término medio, a pesar de la sabia máxima in medio consistit virtus: se autocalifica cum laude, mientras se califica al adversario con el ya extinto “muy deficiente”.
Lo bueno que tienen las elecciones es que nadie pierde, y no pocos exultantes líderes se apresuran a sacar pecho, aunque las matemáticas, con sus objetivas estadísticas, incuestionables porcentajes y subconjuntos varios les sean adversas; pero ya se sabe que la soberbia subjetividad vende más que la humilde objetividad. Incluso, con la euforia etílica que esto supone, ya hay quien se declara Presidente del mundo mundial para dentro de cuatro años.
Pero cuatro años es demasiado tiempo. Por favor, que regrese la puñalada trapera, que se entronice de una vez por todas la mentira, que cuatro años de espera desesperan. ¡Ay!