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El profesor tudelano César Ridruejo lleva más de 40 años dedicando parte de su tiempo libre a la pintura. Recuerda que fue durante una visita al Museo del Prado en su viaje de novios cuando al ver el trabajo que realizaba un copista de las grandes obras de arte y se le ocurrió la idea de probar con esta afición, dedicando parte del tiempo libre que le dejaba su trabajo profesor de electricidad en la ETI.
Explica que el 80% de su formación pictórica en estos años ha sido autodidacta. El resto, añade, lo ha completado con la formación de maestros y maestras tudelanas, como Carlos López, María Pilar Frisón, que han ahondado el la pasión que siente por el arte, algo que, confiesa, siempre ha considerado una afición.
La naturaleza y el paisaje han sido temáticas omnipresentes en su obras a lo largo de estas más de cuatro décadas, combinadas con bodegones, temas florales, pintura de azulejos. Todo ello, asegura, con una paleta muy colorista que denota la actitud jovial y optimista del profesor tudelano ante la vida.
Con esa misma actitud positiva emprendió al inicio de la pandemia unas obras dedicadas a las pequeñas aves: picobarrenos, pájaros carpinteros, abubillas… Aburrido de tener más de 80 cuadros por casa, confiesa, se le ocurrió llevar su obra a la naturaleza e integrarla en ella de una manera delicada y disimulada creando, casi sin querer, una colección que ha utilizado los troncos de los árboles como lienzo y se ha convertido en uno de los atractivos que invitan a disfrutar estos días del Paseo del Prado en Tudela.
Se trata de obras no exentas de dificultad, reconoce el artista. La primera de ellas, es que están pintadas con titanlux, una pintura que se conserva a la intemperie pero que no es la más adecuada para trabajar. «Cada una de ellas está muy pensada. Le busco las dificultades que pueda tener, si va a quedar estéticamente correcta y, sobre todo, tengo que estar convencido y enamorado de la obra para empezarla, una vacuna que empleo en todas mis obras ya que he comprobado que es muy efectiva para no dejar ningún cuadro a medias, explica. Uno de sus desvelos ha sido que cada uno de sus dibujos no robe el protagonismo a la naturaleza, «que el árbol siga siendo árbol y que sea la obra la que acompañe a la naturaleza», reconoce.
Sin pretenderlo, Ridruejo ha convertido el Prado en un escenario para disfrutar del tiempo libre y entretenerse con el juego en el que abuelos y nietos han convertido el paseo por el Prado buscando las 13 obras creadas y protagonizadas por pájaros, caracoles, monos, gatos y koalas. «Casi todo lo conseguido no ha sido buscado», asegura el artista mientras recibe las felicitaciones de quienes pasean junto a sus obras. «Me ha sorprendido tremendamente la aceptación que tiene y la emoción que causa. La gente me reconoce y se ponen a hablar conmigo como si me conocieran de toda la vida con esa relación de cercanía y empatía. Eso es lo más maravilloso y lo que más me sorprende».
Aunque da la colección del Prado por cerrada, «creo que aquí ya hay bastantes obras», asegura, Ridruejo no descarta llevar su arte a otros rincones, «aunque sin aspiraciones ni marcarme un ritmo. Puede que haga algo, pero siempre siguiendo mis normas», concluye el artista.
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