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Catarsis, por Pepe Alfaro

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De vez en cuando, necesitamos una catarsis, una “liberación o eliminación de los recuerdos que alteran la mente o el equilibrio nervioso”, porque la inercia sin sosiego de la vida nos embota el pensamiento sin posibilidad alguna de reflexión, tragando todo cuanto nos llega, sin pasarlo por el tamiz de la reflexión, intoxicándonos con los vómitos y venenos que nos arrojan las falsas noticias y convirtiéndonos en unos individuos sin personalidad alguna, como salidos que una cadena de troquelados de almas y, para conseguir esta limpieza, basta con desaparecer de nuestros habituales escenarios, a veces físicos, a veces virtuales, hacer un alto en el camino o tomarse un tiempo, porque estos escenarios, sin darnos cuenta, se han convertido en cárceles, con nosotros dentro y, lo que es peor, estamos encantados con nuestra condición de presidiarios, aunque lo hagamos disfrazados de perritos gozques al rebufo faldero de las migajas del dueño o de caracoles “engañados” por la tibieza de una cocción que desembocará en letal infierno, manteniendo, eso sí, en el colmo de nuestra estulticia, la sonrisa bobalicona de quienes siendo vapuleados se sienten agradecidos, de modo que nos dejamos llevar al redil de la conveniencia que los de arriba han diseñado para mayor gloria propia, idolatrando las diferencias artificiales que el egoísmo narcisista inventa y que, como consecuencia directa, acaba magnificando el odio, retroalimentándose con falsos victimismos insolidarios, sin querer enterarnos de que los dogmas sin principios morales son tan sólo inventos de iluminados que, a falta de la más elemental sustancia cerebral y, por supuesto, sin el más mínimo espíritu de autocrítica se dedicaron o dedican a marcar fronteras con el tiralíneas de sus menudillos, ayudados por el cartabón de la inamovilidad dogmática, desechando los más elementales principios éticos que deberían regir la convivencia entre iguales, y que, por ello, no quieren redimirse de sus errores, porque prefieren mantenerse en sus trece con la equivocación de piñón fijo, para lo que no dudan en prostituir las palabras o sus significados, denominando “ejecución” los que es “asesinato puro y duro” o denominando “injusticia” todo lo que no se legisla a conveniencia de sus espurios intereses, despreciando al contrario, negando siempre el diálogo o la posibilidad de confluir en algo, siempre tratando de enardecer a sus insobornables fieles, desgraciados fieles que, como siempre ocurre, acabarán enfrentándose entre sí, y matándose si fuera preciso por ascender un escalón, y todo por no querer dedicar un tiempo a examinar la propia conciencia, por miedo, en resumidas cuentas, a que, si lo hacen, descubran sus infinitas miserias, unas miserias con las que prefieren vivir, con el ruido doloso que proscribe al silencio necesario de la reflexión y de la duda, entre otras cosas, porque saben que es mucho más cómodo seguir siendo esclavos de la mentira y de la ignorancia que luchar por la solidaridad entre los semejantes, que conduce a la verdadera Libertad.