En este mundo tan mediatizado, dependemos continuamente del CASI. CASI siempre nos falta algo para conseguir lo que deseamos y eso nos hace creer, con harta frecuencia, que vivimos en un permanente fracaso. Aunque no sea cierto. Todo empezó con aquella fatídica manzana reineta del Paraíso mesopotámico. Porque en aquel Edén todo era Perfecto, infinitamente Perfecto, y, por lo tanto, no existía el CASI. Ahora sabemos, visto lo visto después de ser expulsados, que no hay mayor desgracia que la Perfección. Sobre todo porque es hermana de la alienante Rutina.
No tener altibajos para poder comparar entre lo bueno y lo malo, o entre lo bueno y lo mejor, no deja de ser una desgracia. Es CASI como caer en una piscina de nata montada o como pasarse la eternidad viendo repetido en bucle el mejor gol de nuestro equipo favorito. Porque, tal como sucediera en el cuento de Borges “El espejo y la máscara”, quien halla la Perfección no tiene más salida que el suicidio. Por eso hay que agradecer a Eva el mordisco a la manzana y a Luzbel el querer ser como Dios. Gracias a ello, gozamos, entre otras cosas, del pecado de la desnudez y de la ilusión de los cielos reflejados en los charcos.
Pero el estúpido homo sapiens no escarmentó con la teatral expulsión del ángel con espada flamígera y siempre quiso ser como Dios. E inventó el Dinero creyendo que, con él, no tendría CASI que ganar el pan con el sudor de su frente y podría comprar la epidural para no parir CASI los hijos con dolor. Y, desde entonces, el Dios Dinero rige el mundo. Y, como el Dinero lo da el Poder, no es de extrañar que vivamos inmersos CASI de continuo en una interminable campaña electoral, en la que los partidos, además de no dar respiro al adversario, nos aseguran la más absoluta Perfección si salen elegidos sus representantes. Aunque, por lo visto, nunca salen elegidos los mejores, ya que, elección tras elección, CASI todo sigue igual de imperfecto. Lo cual, por otro lado, es de agradecer porque sería horrible vivir en una sociedad perfecta en la que todo hijo de vecino estuviese en total posesión de la Riqueza, de la Belleza y de la Salud.
En consecuencia, si poseyésemos todo, desaparecería el Deseo. Y, con él, la Ilusión. Lo que conllevaría la defunción del CASI. Así que conformémonos con que el motor de nuestro tránsito por el mundo siga siendo el Deseo, sobre todo de cosas inmateriales, con el que CASI siempre conseguimos cuanto nos proponemos. O al menos lo intentamos. Así que ¡larga vida al CASI!