Ojalá que la vida fuera siempre así, cantar y bailar, porque estas dos actividades son unas de las mayores manifestaciones de la alegría, de tal manera que son en realidad la condición “sine qua non” de la fiesta. La fiesta es pues música y baile, música que se puede traducir, o no, en cantos, y baile que sigue el ritmo marcado por la música.
Cuando una persona canta, manifiesta el sentimiento que en ese momento le ocupa. Se trata por lo general de canciones más o menos amorosas, en las que los felices encuentros o los tristes desencuentros componen el argumento central de la canción que, de algún modo, libera al cantante y le hace feliz en cierto modo.
También el baile produce una evidente sensación placentera, tocada de una cierta dosis orgiástica, porque también la persona que baila expresa su sentir, esa emoción que le embarga y que va creciendo conforme la danza se prolonga en el tiempo. Tanto el baile como la música nos acercan a la felicidad porque expresamos libremente lo que sentimos, que es en definitiva lo que en esos momentos realmente somos.
Pero siendo verdad que el baile y la música dan vida a nuestros sentimientos y emociones, no es este el único motivo por el que nos llenan de alegría. Hay un detalle que nos suele pasar desapercibido, pero que tiene gran importancia, y ese detalle es el compás, el que tanto la música como la danza tienen, y que marcan a su gusto, a su propio capricho podríamos decir, quienes cantan y bailan.
Experimentamos el paso del tiempo de un modo anodino, impersonal, marcado por un monótono tic tac
¿Qué tiene de especial ese compás? Normalmente experimentamos el paso del tiempo de un modo anodino, impersonal, acuñado por un monótono tic tac idéntico para todas las personas y situaciones. Pero bailando y cantando el tiempo pierde ese ritmo aburrido e indiferente y surge de otra forma, en otro ritmo distinto, marcado por quien baila y canta, como si fuera él o ella quien dirige el suceder del tiempo, como si fuera su creador. Porque el tiempo ya no sigue ahora el paso del tic tac, sino que fluye en periodos ahora rápidos, ahora lentos, ahora en un martilleo de rápidos instantes de igual duración, o distinta, de forma simétrica o asimétrica, ahora más suaves, más intensos, más lentos, a gusto en definitiva de quien se goza bailando y cantando. El tiempo ya no pasa, ya no nos lleva a nosotros sino que somos nosotros los que lo llevamos a él, haciéndolo fluir a nuestro gusto. Casi casi como si fuésemos inmortales. Y esa es la razón poderosa, aunque inconsciente, de que nos guste tanto cantar y bailar.