El 24 de septiembre se cumplirán 200 años del fallecimiento del compositor tudelano Pedro Aranaz y Vides, durante 28 años Maestro de Capilla de la Catedral de Cuenca, ciudad en la que desarrolló una intensa carrera musical, que dio su nombre al Conservatorio Superior de Música y Danza y que en estos días trata de reivindicar una figura injustamente olvidada a la que en Tudela recordamos con una de sus calles.
Con motivo del aniversario de su fallecimiento, la Catedral de Cuenca ha dedicado al compositor uno de sus lunes culturales de este mes de septiembre, rescatando de la mano del profesor y musicólogo Fernando J. Cabañas Alamán, la vida y apasionante creación musical del denominado «Águila de la música».
La vida de Pedro Aranaz comienza en 1740 en Tudela. Con apenas 8 años llega al Colegio de Infantes de San José de Zaragoza, donde permanece 8 años. «Hoy podemos asegurar que quien a los 7 u 8 años demostraba aptitudes en un colegio de infantes se podía jubilar como músico y así ocurrió con Aranaz. El cabildo de Zaragoza se aseguró su permanencia en el colegio mientras tuvo voz de infante y le aseguró un puesto como pasante cuando le cambió, porque no querían perder a los buenos músicos», recuerda Cabañas.
Las tonadillas de Tudela
Con poco más de 20 años, Pedro Aranaz y Vides llega a Madrid, donde desarrolla una trayectoria como compositor de tonadilla escénica, un genero singular que mezclaba parte dramática teatral y musical que se desarrolló durante 7 décadas y que como llegó se fue. «Aranaz contribuyó a que la música de este género se pusiera al nivel del texto. También insistió en el que los temas dejaran de aludir a divinidades para desarrollar temas del día a día que tenían que ver con la forma de los madrileños. Una vez que lo logra, abandona el género», relata el profesor y musicólogo. Con el paso de los años, y cuando ya llevaba cuatro como Maestro de Capilla en Cuenta, las 17 tonadillas compuestas por Tudela, como se conocían a sus temas en Madrid, eran muy populares.
Maestro de Capilla de rebote
En 1768 la Catedral de Cuenta convoca oposiciones para Maestro de Capilla, figura responsable máxima de la música que se consume en una catedral, dirige la orquesta, el coro y, en el caso singular de Cuenca, el colegio de infantes de San José. «Eran una oposiciones complejas y codiciadas porque los cabildos querían asegurarse tener siempre al mejor», remarca Cabañas.
Había 8 candidatos y como un anticipo a nuestros tiempos, la Catedral de Cuenca decide en ese momento que la oposición no fuera presencial y que los candidatos enviasen sus composiciones. Cuatro candidatos renuncian, y se producen presiones para el nombramiento de uno de los que quedan. El jurado recurre entonces al mejor Maestro de Capilla que había en España, Juan Rosel, de la Catedral de Toledo, que emite un curioso dictamen, relata el musicólogo. «De los cuatro, los dos menos malos son Echeverría y Aranaz, y de los dos, el menos malo es Aranaz», que llega a Maestro de Capilla de la Catedral de Cuenca de rebote y sin ser religioso, ya que hasta 1773 no cantaría misa.
A partir de esa fecha, Aranaz experimenta un cambio de vida total. Su desarrollo profesional es tremendo, recuerda Cabañas, hasta el punto de que con apenas 34 años numerosos cabildos comienzan a llamarle cuando queda vacante su plaza de Maestro de Capilla. Pamplona, Zaragoza, Ávila, Segovia tientan a Aranaz mientras forma parte de tribunales o actúa como examinador único.
El compositor y musicólogo José Subirá, apunta Cabañas, habla de Aranaz como el más prestigioso y eminente compositor de su tiempo, con un catálogo de 500 obras repartidas por todas las catedrales de España y archivos y catedrales de iberoamérica. En el mundo de la música religiosa hablar del «águila de la música» es hablar de Aranaz, resalta. «Llega un momento fundamental en el que Aranaz, llevado por su prestigio y magisterio redacta, un documento donde establece las reglas generales para que una composición de música sea perfecta, asiste a tribunales de composición y, con junto al organista de la Catedral de Cuenca, Juan Manuel del Barrio, elabora las normas básicas a tener en cuenta para elegir un maestro de capilla donde plasma tres cualidades: ser un gran compositor; ser buen director; y ser un gran profesor».
A los 57 años, Aranaz pide al Cabildo de la Catedral que lo jubilen. «Mi cabeza se ha debilitado de tal manera que soy incapaz de dedicar una hora al día a estudiar. Además estoy perdiendo oído y la vista», replica Cabañas en recuerdo de las palabras del compositor. Se marcha a Zaragoza pero a los dos años, en 1799, quejoso del frío de la capital maña, pide al Cabildo de Cuenca que lo dejen volver. «Una muestra del reconocimiento que se había ganado a pulso es que crean para él una plaza exprofeso que no existía y que no ha vuelto a existir de maestro de estilo y melodía del colegio de infantes de San José para formar a los estudiantes en el mundo de la composición y de la que salieron importantísimos músicos y donde Aranaz desarrolla una tremenda labor docente».
En 1807 se inicia una etapa de decadencia en la vida de Aranaz. Con la ocupación francesa llegan las penurias económicas y su casa es saqueada una docena de ocasiones. El paso de los años le deja factura. Enferma, sufre parálisis y apenas puede ver hasta que fallece en 1820, poniendo punto final a la vida de un compositor que, como resalta Cabañas, «alcanzó el triunfo de manera inesperada, gozó de fama en toda España, revolucionó la tonadilla y la música sacra, fue profesor, gestor, teórico, mimado con razón por la Catedral de Cuenca y que hizo brillar a todo lo que se enfrentó pero, lamentablemente, una persona desconocida».