Que la alta política es el reino de la hipocresía lo sabíamos, pero que llegase a esos extremos tan mezquinos tras la muerte de una persona sobrepasa los límites de la mínima dignidad. Acabamos de verlo con la muerte de Rita Barberá. Por lo visto, hay quienes tratan de buscar a los que “acabaron con su vida”. Y lo peor de todo, lo más rastrero del asunto, es que los “asesinos” son aquellos que se esfuerzan en buscarlos fuera de sí mismos. Al parecer no pueden soportar su mala conciencia. Porque que los “enemigos políticos”, en vida, fuesen a por ella, no es de extrañar. Todos lo hacen con el “enemigo político”, ya que en la “ética” de los partidos está la defensa de la “presunción de inocencia para los nuestros” y la “culpabilidad sin presunción” para los demás.
Nadie se deprime porque le odien o persigan los enemigos. El que tu enemigo te odie o persiga es casi una obligación. Decía Aristóteles que “el antídoto para cincuenta enemigos es un amigo”. Porque lo verdaderamente preocupante es que el enemigo hable bien de ti. Como dice el refrán, “Dios me libre de mis amigos, que de mis enemigos me libro yo”. Y ahí está el verdadero problema: en los “amigos”. En esos “amigos” que le dieron la espalda en vida. En esos “amigos” de conveniencia que sólo fueron amigos en momentos de esplendor, pero que dejaron de serlo en cuanto las cosas pintaron mal y sufrió la dura caída, tanto más dura cuanto a mayor altura llegó.
Este vergonzoso comportamiento es endémico de la clase política, donde la amistad sólo dura mientras dura el tiempo de la conveniencia pues, en cuanto uno se aleja del poder y de sus influencias, la “amistad” desparece de la noche a la mañana. Escribía Walter Winchell que “un verdadero amigo es el que entra cuando el resto se va”. Todo lo contrario a lo que le ocurrió a Rita Barberá. El portavoz (o “bocazas”, para ser más exactos), Rafael Hernando, ha asegurado que en el PP no hay mala conciencia por la muerte de la senadora y ha subrayado que fue apartada precisamente para evitar su linchamiento. Hace falta ser “hiena” y cínico para realizar esas declaraciones post mortem. Alguien debería ir a las hemerotecas para recordarle sus anteriores declaraciones.
En fin, que hablar de “amistades políticas” es un pésimo oxímoron. Recuerden que un oxímoron es, según la RAE “Una combinación, en una misma estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un nuevo sentido, como en un silencio atronador”. La diferencia es que “un silencio atronador” es maravilloso como figura literaria; pero una “amistad política” no es que sea sólo una falsedad, sino que constituye uno de los más palpables ejemplos de hipocresía y de traición.