Hoy, amigo Joaquín, te escribo desde el lado
amargo de la Vida, para que los recuerdos
del tiempo compartido que vivimos endulcen
el dolor de la ausencia.
Tu música, tu voz,
tus palabras escritas, permanecen presentes
porque el tiempo contigo carece de pretéritos
y escucharte y leerte es un aquí y ahora
y siempre, que supera la cárcel que impone
la puntual frialdad que encierran los relojes.
“El artista” que tú eres y el son de “Un tango para
Federico” perviven entre mis anaqueles,
con las dedicatorias que tus caligrafías
desgranan con consejos de alegre imperativo:
“pon un tango en tu Vida, que el tango es Poesía”,
y que ahora es mandamiento. He repasado hoy
el correo electrónico. Y hablamos de ese tango,
del encuentro argentino entre Lorca y Gardel,
que tú nos desvelaste y luego me atreví
a traspasar a versos.
Y, al hilo de ese brindis
soñado, con un vino traído de Toulouse,
tenemos una cita pendiente con un vino
de tu amada Aragón, en Tudela o en Alloza
-así, en femenino de Patrias compartidas,
porque todas las Patrias son todas como Madres
que siempre nos acogen, pues carecen de dueños
y a la vez son de quienes las aman y comparten-
Nos debemos un vino. Y de paso, también,
-pues cumple que el afecto sea de ida y vuelta-
“me gustaría darte el mar”, el mar que tú nos diste,
ese mar que es metáfora de todos los amores
que la Vida regala. Un mar que es compromiso
como lo es la Vida que dictan tus canciones.
Joaquín tenemos una cita con un vino y un tango
y un mar y mil abrazos, por la eterna amistad
de tu alma generosa con que tanto gozamos.
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