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Cuerda, por Pepe Alfaro

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En el diccionario de la RAE, la entrada de la palabra “cuerda” tiene veinticuatro acepciones. ¡Casi nada! Existen, asimismo, numerosas frases hechas e infinitud de formas metafóricas en torno a esa palabra que, por cierto, procede etimológicamente del latín cor, cordis, que significa corazón. De entre todas esas acepciones, la más inocente y objetiva es, sin duda, la primera, que dice: “conjunto de hilos entrelazados que forman un solo cuerpo largo y flexible que sirve para atar, suspender pesos, etc”.

Pero, en la acepción número once, podemos leer: “Conjunto de personas con ideas o características semejantes”. Acepción que, por cierto, es la que más se nombra en este gozoso tiempo de las promesas que precede a las elecciones, en las que nuestros próceres, sean del signo que sean, nos aseguran la perfección absoluta para arreglar el mundo. Si salen elegidos, claro.

Así que ya se sabe, si quieres medrar y tener acceso, como mínimo, a las migajas de la prosperidad, nada como ser “de la misma cuerda” de quien manda. Porque, si no eres de su misma cuerda, no tienes nada que hacer. Sufrirás el ninguneo o la persecución, por atreverte a “ser de otra cuerda”. Además, ser de la misma cuerda no cuesta demasiado.

Basta con que te olvides de pensar por tu cuenta y obedecer ciegamente lo que dicta el dictador (valga la redundancia) que “tira de la cuerda” de la que no debes soltarte jamás.
En consecuencia, está claro que, si tienes pensamiento libre y se te ocurre contradecir o no decir amén al dictador de turno, te encontrarás en la “cuerda floja” o te pondrán “contra las cuerdas”, peligrando tu integridad. Y ya no digo nada si se te ocurre “tirar de la cuerda” para descubrir “cosas” inconfesables del amo de la cuerda. En cambio, si eres gregario y sumiso, cual oveja de rebaño, tendrás “cuerda para rato”.

Cuando cambiamos de categoría gramatical, transformando el sustantivo en adjetivo, todo cambia de sentido, porque una “persona cuerda” es aquella que está dotada de cordura. Del mismo modo que una persona cordial es sinónimo de amable, afectuosa y sincera. Nada que ver con estos tiempos locos, dominados por una clase política que no sabe de cordialidades y se limita a decir NO ante cualquier propuesta que proceda de quienes no son de su cuerda.

Bueno sería que, en vez de asir la cuerda que más nos conviene, como dóciles parvulitos, estirásemos muchas de esas cuerdas hasta romperlas. Sería una “cuerda locura” para recuperar la libertad que nos quita tanta rígida como interesada cordelería que rige este mundo.