Paseando el otro día por Tudela, en una de nuestras calles vi en el suelo dibujados los recuadros del juego del Tejo. Se trataba de una calle que, por su estructura y situación, tiene muy poco tráfico, lo que justificaba que chicos y chicas de esa zona se entretuvieran de ese modo. Automáticamente me vinieron a la cabeza múltiples recuerdos de mi propia época infantil y de las siguientes, y de paso, pensé también en cómo se divierten actualmente los chicos y chicas. Sé con certeza que acerté al imaginar a una gran mayoría entretenida con los móviles o con aparatos similares.
Se dice que tales utensilios estimulan positivamente la inteligencia y confieren una gran agilidad mental. No lo negué, por supuesto, pero en mi imaginación los vi sentados, quizá encerrados en una habitación, sin hablar con nadie, es decir, incomunicados con los demás, aunque físicamente ocuparan el mismo espacio. Y sentí una cierta pena para quienes así pasaban el rato, no un rato breve, sino todo lo contrario.
Y por asociación de imágenes, pensé en el juego del Tejo: una serie de recuadros pintados con tiza en el suelo, sobre los que saltarían los jugadores y jugadoras, y no en silencio, sino hablando acerca del orden en que debían intervenir, la prohibición de hacer trampas y la promesa ufana, hecha por cada contendiente, de que él o ella eran los que iban a ganar. El juego consistía en saltar sobre los cuadros, pero en cada uno de forma distinta: a la pata coja, con los pies juntos, o con las piernas separadas para poder pisar dos cuadros a la vez, y siempre que alguien terminaba el recorrido sin faltas, señalaba un cuadro con una X en el que podía descansar, mientras que los demás debían saltar para no pisarlo, y eso suponía un gran esfuerzo que en ocasiones les hacía fallar.
Acerté al imaginar a una gran mayoría de chicos entretenida con los móviles o con aparatos similares
Vi también, en esos recuerdos míos, que quienes jugaban al Tejo estaban en continuo movimiento, que hablaban mucho entre ellos, que cumplían unas normas pactadas de común acuerdo, lo cual fomentaba sus relaciones sociales, que ello suponía también un gran estímulo para sus mentes, y con la ventaja añadida de que no se habían gastado un céntimo, por lo que ese juego, como tantos de aquellos tiempos, salían completamente gratis. Infinitamente mejor, me dije, que estar en solitario matando marcianos o monstruos en un móvil carísimo, donde nada se pacta por los jugadores, moviendo sólo los dedos pulgares y desgastándose la vista ante una pantalla brillante, así que me decanté a favor del Tejo, aunque otras personas me considerasen antiguo, pensé, pero es que, en ciertas situaciones, es lo único que se puede ser.