Siempre tratamos de conocernos mejor a nosotros mismos, y también a las demás personas. Para ello nos fijamos en cuáles son sus relaciones con quienes conviven, con su trabajo, con las cosas que les rodean, con las ideas políticas, las artísticas y las religiosas, aunque estas últimas apenas las consideremos porque han desaparecido del medio social. Las artísticas tienen cierto peso, pero de escaso valor, porque suelen ser admitidas solo en determinados momentos de ocio.
Sin embargo, en lo que a nosotros respecta, y pese a que tengamos claro nuestro comportamiento, nuestras creencias y nuestras inclinaciones, nos cabe a veces la impresión de que no nos conocemos del todo, de que falta algo importante, porque en definitiva tenemos el claro sentimiento de que somos más de lo que manifestamos. Esto quizá nos ocurra en pocas ocasiones, pero cuando aparece lo hace con tanta fuerza que nos embarga. Tanto tiempo creyendo saber quién soy- nos decimos- y resulta que para conseguirlo nos falta algo desconocido y que consideramos como lo principal.
Si cambiase nuestro entorno vital cambiarían nuestras relaciones, pero no nuestro ser
El motivo de este desasosiego se explicaría si tuviéramos en cuenta que nuestras relaciones solo significan el modo como nos comportamos con nuestro entorno vital, lo que implica que en otro entorno distinto nuestras relaciones serían diferentes, y ello significa que lo que nos define no es el conjunto de esas relaciones, sino el sujeto que así decide relacionarse, por tanto una cosa es el comportamiento y otra muy diferente la persona que así se comporta, en definitiva, una cosa son las relaciones y otra es el ser, que tiene sus propias características y que es el núcleo del yo que ansiadamente busco.
Porque ahí está, en el propio ser, la auténtica definición de cada uno; podríamos cambiar nuestro comportamiento o nuestro entorno, y así variarían nuestras relaciones, pero nuestro ser seguiría siendo el mismo. Conocer el comportamiento es necesario, pero no suficiente para comprender a la persona, pues en ese caso nos preocuparemos solo de analizar su conducta y desecharemos buscar el ser, que es lo esencial. Soy yo quien determino mis relaciones y no son ellas las que me determinan a mí, no termino en ellas sino que soy más que ellas, no estoy preso en ellas sino que soy libre para elegir unas u otras, sin que cambie mi ser. Y es que la cuestión principal sigue siendo la de ser o no ser, pese a que la tengamos cada vez menos en cuenta, motivo por el cual no acertamos en la comprensión de otras personas y tampoco de nosotros mismos.