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La capa de ozono y la acción climática, por Julen Rekondo

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El recién estrenado año 2023 ha empezado con una noticia muy positiva frente a otras muchas negativas, como es, que la capa de ozono se va recuperando y con las políticas actuales se espera que la capa de ozono se recupere alrededor de 2040 en la mayor parte del mundo, en 2045 en el Ártico y hacia 2066 en la Antártida. Además, la eliminación de las sustancias químicas que dañan a la capa de ozono contribuye a mitigar el cambio climático. Esto supone que puede ayudar a evitar un calentamiento extra del planeta de hasta 0,5ºC a finales de este siglo. Así lo atestiguan un grupo de especialistas respaldados por la ONU y cuyas conclusiones han sido presentadas durante la 103ª reunión anual de la Sociedad Meteorológica de Estados Unidos el pasado 9 de enero.

Es en los años ochenta cuando se descubrió un enorme agujero en la capa de ozono en lo alto de la atmósfera sobre el Polo Sur, causado por el daño producido por los clorofluorocarbonos (CFC), gases compuestos de cloro, flúor y carbono, y utilizados para refrigeradores y espumas aislantes, entre otros usos. Para evitar que fuese a más y revertir la situación, los países se pusieron de acuerdo de manera firme y aprobaron el Protocolo de Montreal, que fue negociado en 1987 y entró en vigor el 1 de enero de 1989, cuyo principal objetivo es reducir y eliminar la producción de cerca de 100 sustancias químicas -como los citados clorofluorocarbonos (CFC)- que dañan la capa de ozono, el área de la estratosfera que envuelve la Tierra impidiendo que los rayos solares y los rayos ultravioleta lleguen a los seres vivos.

Año tras año se ha visto que los resultados del Protocolo de Montreal son más positivos, y el último informe del Grupo de Evaluación Científica que hace seguimiento de este acuerdo internacional sobre estos productos dañinos atestigua que la eliminación progresiva del 99% de las sustancias prohibidas que agotan la capa de ozono ha logrado protegerla, y ha contribuido a que se recupere de forma notable en la estratosfera superior.

La capa de ozono es fundamental para la vida, y en palabras de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), «la capa de ozono actúa como un filtro solar natural, que absorbe la luz ultravioleta (UV) y protege a personas, animales y plantas contra la mayoría de los rayos nocivos del sol. Sin la capa de ozono, los seres humanos estarían expuestos a la radiación ultravioleta 70 veces más que la exposición actual, y más personas padecerían quemaduras de sol, cáncer de piel y problemas oculares».

El acuerdo internacional de Montreal no hubiera sido posible sin la contribución de dos científicos, el mexicano Mario Molina, y el estadounidense Frank Sherwood Rowland, que en 1974 publicaron un estudio en la revista Nature sobre cómo las SAO (sustancias que agotan la capa de ozono) estaban destruyendo la capa de ozono. Aunque la industria química hasta injurió de palabra durante años a los autores del estudio, la ciencia acabó sobreponiéndose a los intereses económicos. En 1995, la Academia Sueca de las Ciencias concedió a los dos científicos el premio Nobel de Química, junto al holandés Paul Crutzen, por su legado en la lucha para salvar la capa de ozono.

Acorde al informe cuatrienal del Grupo de Evaluación Científica del Protocolo de Montreal, de mantenerse las políticas actuales, se espera que la capa de ozono recupere los valores de 1980, antes de la aparición del agujero, aproximadamente hacia 2066 en la Antártida -la zona más afectada-, en 2045 en el Ártico, y alrededor de 2040 en el resto del mundo.
Sin duda, que la capa de ozono se esté recuperando, es una muy buena noticia. “Nunca se destacará lo suficiente hasta qué punto el Protocolo de Montreal ha contribuido a la mitigación del cambio climático, y en los últimos 36 años, el Protocolo se ha convertido en un verdadero defensor del medio ambiente”, ha explicado en un comunicado Meg Seki, secretaria ejecutiva de la Secretaría del Ozono del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma).

Las medidas adoptadas en relación con el ozono sientan un precedente para la lucha contra el cambio climático. El éxito obtenido gracias a la eliminación progresiva de las sustancias químicas que destruyen la capa de ozono nos muestra lo que puede y debe hacerse con carácter de urgencia para abandonar los combustibles fósiles, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y limitar, por lo tanto, el aumento de las temperaturas, así como adoptar medidas de adaptación al cambio climático que se orienten a limitar los impactos, reducir las vulnerabilidades e incrementar la resiliencia frente al cambio.

La lucha por la eliminación de las sustancias químicas que dañan la capa de ozono no se puede decir que fue una cosa fácil. Desde que los científicos descubrieran que los CFC agotaban a la capa de ozono en 1974, hubo mucha reticencia por parte de los fabricantes y los grupos de la industria química, pero existían soluciones tecnológicas alternativas. Los CFC eran producidos por empresas químicas muy específicas que llegaron a acuerdos de sustitución con los gobiernos. Ahora bien, el caso de la crisis climática es bastante diferente, y encierra afrontar grandes desafíos ambientales, y un reto bastante mayor, como es prescindir de los combustibles fósiles, y un cambio profundo y radical en el modelo de producción y consumo.

Pero, el éxito del tratado internacional de Monreal de 1987 sobre la capa de ozono demuestra que, si hay voluntad política y una sociedad civil concienciada y movilizada, basándose en el conocimiento científico, se puede hacer frente a la crisis climática.

Julen Rekondo, experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente