El concepto de Patria, o patria (con mayúscula o minúscula, qué mas da) ha ido evolucionando o manteniéndose en función de los tiempos; pero siempre marcado por el “sagrado” mandamiento de la Conveniencia.
Aquella madrepatria que se nos vendió desde la infancia, “prietas las filas”, como algo supremo por la que había que dar, literalmente, la sangre, ha quedado obsoleta (aunque haya quien quiera recuperarla) porque la Historia nos ha enseñado que los predicadores de esta y otras madrepatrias estaban y están siempre en retaguardia. Y los que dan la sangre son, como siempre, los de abajo.
Curiosamente, muchos de aquellos “de abajo”, que iban contra esa madrepatria en la que no tenían nada que hacer, crearon otra madrepatria que predicar a quienes estaban más por debajo de ellos. Y así sucesivamente. De modo que hay tantas madrepatrias como grupos sociales económicos.
No es de extrañar, por lo tanto, que aquel que se sintió siempre “de abajo”, harto de tanta prédica a la conveniencia del predicador, llegase a exclamar: “Mi patria soy yo”. Y en esas estamos. Por lo que bien podríamos afirmar que la patria no deja de ser una circunstancia, marcada por el interés de cada individuo y por la falta absoluta de Solidaridad. De modo que, contemplando los casos más extremos de las sociedades, se puede comprobar que la patria de los más míseros es el pan, mientras que la patria de los más poderosos es el oro.
Lo malo de las patrias es que, casi siempre, se utilizan desde la negación. No se aman por lo que son en sí mismas, sino por lo que suponen contra los demás. En resumidas cuentas, que se crean patrias para ir contra otras patrias. Patrias del odio que generan más patrias del odio, al modo de infinitos círculos concéntricos que, sobre todo, no quieren saber nada de los círculos vecinos con quienes se comparten fronteras. Y, como los círculos concéntricos terminan en un punto, el tema recuerda aquel cuento de J.J. Venture en el que todos habitantes de una patria muy evolucionada, acaban dedicándose a la política. Todos, excepto uno que se dedicaba a trabajar.
Ante tanto egoísmo de los poderes económicos, tal vez haya que volver a cantar “La muralla” del cubano Nicolás Guillén, que interpretaba, entre otros, el grupo Quilapayún, o “A desalambrar” de Víctor Jara, asesinado por expresar lo que tanta gente seguimos pensando: “Yo pregunto a los presentes / si no se han puesto a pensar / que esta tierra es de nosotros / y no del que tenga más. / Yo pregunto si en la tierra / nunca habrá pensado usted / que si las manos son nuestras / es nuestro lo que nos den…¡A desalambrar, a desalambrar! / Que la tierra es nuestra / es tuya y de aquel / de Pedro y María, de Juan y José.”