Le conocí hace unos años. Alguien me dijo que un sastre rumano tenía la habilidad de ajustar una prenda a tu cuerpo, esa que habías comprado sin que se correspondiera del todo a tus medidas. Y es que en estos tiempos en los que casi todo se hace en serie, lo que significa que casi nada se hace en serio-y no es solo un juego de palabras-él sabía acomodar tu ropa a la verdad de tu cuerpo. Porque en realidad el trabajo del sastre es un trabajo de buscar la verdad, una verdad muy concreta, por supuesto, en este caso la de tu contorno; y es que la verdad es sencillamente aceptar lo que es, y no camuflarlo con excusas de mercado.
Yo le llevé una chaqueta con la que no iba a gusto, la tocó y la miró para cerciorarse de cuál era la verdad de su tejido, y me la hizo poner, cosa que hice ante sus ojos de lince y sus movimientos rápidos y desenvueltos, pues Giorgi tenía siempre clara la posición de su cuerpo e intuía en cada momento, espontáneamente, hacia donde y como debía moverlo, como les sucede a los buenos deportistas. Por eso le era fácil adivinar también donde había que cortar, estrechar, ampliar y coser aquella prenda que, aunque no era la suya, proyectaba sobre ella la figura particular de cada cliente.
Al principio atendía en una estrecha bajera, pero enseguida se trasladó a un establecimiento amplio, en cuyo escaparate lucía un maniquí. Me alegré por él, y le vaticiné un rápido y excelente aumento en su clientela, pero el pasado diez de julio leí su esquela: 60 años nada más, lo que supone, para las personas de mi edad, estar todavía en la flor de la vida, y me dio pena; ya no alcanzaría esa holgada posición económica que podría haber sin duda conseguido.
Los contactos con Giorgi siempre dejaban una huella, cosa que también se dio en su esquela. Tuvo la delicadeza de escribir en ella una sentida nota que decía así:
“Quiero despedirme de toda mi familia, amigos/as y clientes/as. Pido disculpas por cualquier mal gesto o palabra, estoy muy agradecido de haberos conocido. Amo España, es mi casa. Larga vida a todos, salud y felicidad. Un abrazo. Vuestro amigo y sastre”.
Confieso que al leerla sentí una profunda emoción y una gran admiración por el fallecido. Decir esas cosas cuando uno está en trance de abandonar esta vida, indica una profunda madurez espiritual. Así que yo quiero darte la gracias también, Giorgi, nos pides perdón por si en algún momento tu relación con nosotros no fue como debió ser, es decir, si no fue una relación de verdad, que es lo que en el fondo siempre buscabas. Todo indica que no solo fuiste un buen sastre, sino una buena persona, agradecida y respetuosa. Gracias Giorgi por habernos hecho un poco más felices al ajustar nuestras ropas, por tu trato exquisito y por tu tierna despedida que presagia algo más que lo que ven nuestros ojos. Te mereces haber encontrado todo lo bueno que siempre soñaste.