Los finales de curso son propicios y, por supuesto, necesarios para evaluar nuestro rendimiento. Tomar nota de lo bien hecho y, asimismo, de los errores cometidos, en función de los objetivos programados, constituye un saludable método para mejorar las actuaciones en ocasiones futuras.
Si atendemos al origen de donde provienen, existen dos tipos de evaluaciones, a saber, interna y externa. La interna viene a ser una especie de “examen de conciencia” que cada individuo o grupo realiza sobre sus propias actuaciones. La externa, como su nombre indica, viene desde fuera, más valiosa cuanto menos relación se tenga con lo evaluado. Es interesante que el individuo o grupo confronte ambas evaluaciones. A buen seguro, los puntos de coincidencias, tanto positivos como negativos, servirán para posteriores procesos.
Y no solamente hay que recurrir a la evaluación final. Existe asimismo una evaluación continua, muy interesante para rectificar, sobre la marcha, posibles errores, sin tener que esperar al final del proceso.
La evaluación se prostituye cuando evaluador y evaluado son la misma persona o grupo, sin someterse a evaluaciones externas. Está claro que, en esos casos, la nota es siempre sobresaliente o matrícula de honor. Este tipo de evaluación acostumbra a echar mano de los correspondientes “palmeros”, que aplauden incondicionalmente las excelencias de los autoevaluados, reservando el insuficiente o muy deficiente para “los otros”. Se da con harta frecuencia en buena parte de la “clase política”. “Clase” que ha borrado de su comportamiento palabras y actitudes como “humildad”, “acuerdos” o “respeto al adversario”.
Más de un 90% de las personas de a pie consideremos que la clase política es, actualmente, el principal problema de nuestra sociedad
De modo que cuantos soñábamos con una Democracia real, nos encontramos con una Partitocracia efectiva o Pseudodemocracia, pues se han revertido los más elementales valores de la Ética, poniendo la nota antes del examen. Por eso, la forma de hacer política de muchos de los partidos, consiste en repetir la mentira hasta pretender convertirla en verdad, con el apoyo de los medios de comunicación comprados al efecto. Esto ha hecho que más de un 90% de las personas de a pie consideremos que la clase política es, actualmente, el principal problema de nuestra sociedad, pues solo se sirven a sí mismos, aunque pregonen todo lo contrario.
El reconocimiento del propio error, aprender a dudar o escuchar al adversario son, al parecer, debilidades propias de pusilánimes. Lo importante es el dogmatismo a ultranza y la autoevaluación narcisista, cum laude, pregonada a bombo y platillo. Todo muy dictatorial. Y, lo peor, no se vislumbran perspectivas de cambio.