Muchas veces andamos preocupados por ejercer determinadas funciones de nuestra naturaleza, y si pueden ser todas mejor, porque, en el fondo, creemos que la persona es el resultado de sumar todas sus actividades, así que debemos cumplirlas sin dejar ninguna. Lo sentimos como un deber impuesto por no se sabe quién, pero que nos obliga. Si no hacemos tal y tal cosa, como hacen todos, no llegaremos a ser personas, nos decimos, porque de ese modo no seremos como los demás. Pero este es un criterio que, si lo seguimos, nos puede borrar nuestra identidad y hacerla añicos, sustituyéndola por un disfraz quizá brillante, pero en definitiva hueco y vacío.
Nuestro ser no depende de lo que hagamos, sino que lo que hacemos depende, o debiera depender, de nuestro ser
Claro que es cierto que debemos hacer muchas cosas, pero no todas las que nos competen, aunque así lo imponga esa corriente anónima de “lo que se lleva”. Hacer las cosas para quedar bien ante los demás- que no es igual que quedar bien ante nosotros mismos- es partir del presupuesto erróneo de pensar que la persona es el resultado de sumar todas sus actividades. Por esa creencia que se nos ha metido hasta los huesos nos lanzamos a hacer y hacer, desaforados, sin tiempo para reflexionar en lo que hacemos y tampoco para reflexionar sobre nosotros.
Sin embargo, nuestro ser no depende de lo que hagamos, sino más bien al revés, es decir, que lo que hagamos depende, o debiera depender, de nuestro ser, es este el que decide, o debiera decidir, todas nuestras actuaciones. Porque no tenemos una identidad vacía, que la podamos rellenar con lo que hagamos, sino que en nosotros hay un núcleo existencial que se inclina en una dirección, no en todas ni en cualquiera, por lo que nuestro ser no se forma según actuaciones indiscriminadas, sino que nace marcado con una determinada inclinación, y en consecuencia elegimos unas actividades y desechamos otras. Nuestro ser es el origen de todo, y no el resultado. Somos antes de actuar, tenemos un talante natural que nos orienta desde el inicio de la vida, porque aunque tengamos que actuar, no es para cumplir el rol que nos han impuesto, sino para sacar a flote todas las potencialidades particulares con que la naturaleza nos ha dotado.
Por esto, antes de actuar conviene que nos paremos a pensar, y reflexionemos sobre si eso que parece que tenemos que hacer nos dice algo o no nos dice nada, si va o no va con nosotros, o sea, si concuerda o no con nuestro ser, porque este es el que decide- o al menos el que debiera decidir- todas nuestras actividades.
Alfonso Verdoy