Hasta hacía poco tiempo, el individuo pensaba que no era español. Bien es cierto que él siempre, hasta entonces, se había sentido español. Español raro, eso, sí. Rarísimo. Porque hace falta ser raro para respetar, sin exclusiones, todas las lenguas que se hablan en España; hace falta ser raro para creer que las Comunidades más ricas tienen que ser solidarias con las más pobres; hace falta ser raro para no insultar a Alcaldes y Presidentes varios, a pesar de que el individuo no los hubiese votado; hace falta ser raro para creer que, como decía Nosequién, “gobernar obliga a pactar y hacer concesiones a una oposición con la que colaborar”. Si eso no es ser raro “venga Dios y lo vea”.
¿Que por qué pensaba ahora que no era un “buen español”? Pues porque se lo decía continuamente una buena parte de la clase política, cuando repetía el mantra “los españoles piensan…”, “los españoles dicen…” Y, tras esos puntos suspensivos siempre se encerraba un pensamiento o un dicho que nada tenía que ver con los suyos. Estaba claro, por lo tanto, que si no decía ni pensaba lo que la clase política decía que decían o pensaban los españoles, sintiéndose excluido, dejó de sentirse español, muy a su pesar, porque su corazón le hacía amar a España, con sus virtudes y con sus defectos.
Pero en la Vida todo cambia y se producen giros y cambios de sentimientos. De modo que el individuo ha vuelto a sentirse español. Esta vez la “culpa” la han tenido las estadísticas. Y es que las recientes estadísticas acaban de contradecir a la clase política, pues nada menos que el 90,4% de los españoles está harto de la crispación política, según el CIS.
De modo que el individuo se sintió aliviado, ya que formaba parte de ese 90,4% que está hasta los mismísimas gónadas de tanta crispación política y que, por lo tanto, no era cierta la cantinela sin fin de que “los españoles dicen o piensan”, con la que la clase política machacaba de continuo al personal.
Bien es cierto que la clase política no va a cambiar, y que muchos de los medios de comunicación van a seguir aupando, desde la misma portada, con opiniones interesadas, a quienes los mantienen. Pero es que el borreguismo sigue siendo una manera de ser muy cómoda. Porque el pensamiento acorde con la Ética y, en consecuencia, sin condicionamientos de bolsillo, requiere un esfuerzo de diálogo y un respeto mucho más trabajosos que el insulto procaz, para el que no se requiere ningún condicionante.
Y en esa españolidad se encuentra, en estos momentos, el individuo. Ya lo dijo otro Nosequién:: “no hay nada más revolucionario que el consenso”. Pero eso no da votos, y la crispación continuará, por supuesto, con el valioso apoyo del 9,6 % de los españoles.