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El aumento de la sensibilidad de la sociedad ante los problemas de los municipios menos poblados ha provocado el surgimiento de fuerzas políticas localistas, provinciales o autonómicas que, conscientes del asfixiante centralismo que absorbe todos los recursos de un territorio, llámese Madrid, Pamplona o Zaragoza, creen que esta dinámica se compensa con poderes periféricos, véase Catalunya o Euskadi frente a las asiladas Soria y Extremadura, sedientas de infraestructuras y condenadas por silentes.

El Gobierno de Navarra asegura haber asumido el reto demográfico con la intención de apostar por la vertebración territorial y por intentar frenar la sangría poblacional de Tierra Estella, Sangüesa o Pirineo, ayunas de unas bonificaciones fiscales que se mostraron exitosas en el medievo y que ahora funcionan, de forma correcta, en lugares con particularidades, Canarias es un buen ejemplo de ello.

Frente a ello, algunas voces aseguran que la Navarra rural se defiende manteniendo la Carta de capitalidad a Pamplona, de nada por los 456 millones de euros que se han llevado por el mero hecho de ser capital durante un cuarto de siglo mientras media Navarra se moría; y otorgando otra a Tudela, donde algunos pillos intentan resucitar viejos victimismos euskarófobos por si, con un poco de suerte, les nombran obispos mientras intentan distraer sus carencias culturales con ‘chauvinadas’.

La nueva financiación local no sacará a los municipios de la intemperie, a no sea que cobren 400.000 euros por combinar trinques de Bardenas y pancartas pacifistas proucranianas. Y es que los pueblos parecen haber sido condenados a convertirse en generadores de recursos económicos y energéticos de las ciudades, ya sea con gigantes de viento patrocinados por los Next Generation o con macrogranjas ecocidas que destrozan cuatro puestos de cada uno que crean.

Los pueblos, pasto de personas mayores o inmigrantes que aseguran el mantenimiento de servicios, necesitan mejorar sus recursos económicos para sobrevivir. El problema, todos los caminos llevan a Roma, es que se está desaprovechando la oscilación del péndulo político en Navarra de 2015 para poner en marcha una reforma fiscal que mejore la recaudación.

Eso sí, el cambio implicaría apagar la música de esa borrachera de la libertad para hoy, siempre para el rico, que provocará la esclavitud del mañana, siempre para el pobre. Y es que el dumping contribuye a destrozar el Estado del bienestar que edificaron nuestros antepasados y desguazan, con privatizaciones que son sinónimo de negocios de las élites, los supuestos malos con la anuencia de unos presuntos buenos que solo parecen querer gobernar por el confort personal que les proporciona.

Pedro Pérez Bozal, miembro de Agrupación Fiterana Independiente (AFI)