Desde que el espíritu científico se ha impuesto en el mundo occidental, la inmensa mayoría realiza buena parte de sus actividades de una manera racional, pero con una racionalidad que solo busca el aspecto técnico, preocupados únicamente por conseguir logros utilitarios e inmediatos, olvidando el fin esencial que como personas nos corresponde y, en consecuencia, nos vamos deshumanizando poco a poco. La razón es que solo interesa controlar lo de afuera, renunciamos a esa vida interior en que consistiría nuestra identidad y la perdemos, nos convertimos en masa, no por cuestión de cantidad sino de calidad: no es que seamos muchos, sino que como no somos lo que debiéramos ser, no tenemos un criterio propio para manejarnos y nos manejan.
Solo creemos en adquirir un saber que nos permita dominar lo que sea, la parcela del mundo que nos corresponde, ese trabajo que hemos de hacer, o esas relaciones personales que nos han tocado. Es un saber que nos enseña técnicas, pero que si no es más que eso nos hace olvidar lo que somos. Nos estamos convirtiendo en especialistas de una cosa y en analfabetos de lo que más nos debiera importar.
Solo nos interesa un saber que nos permita dominar lo que sea, la parcela del mundo que nos toca, las relaciones personales y el trabajo
Claro que hay situaciones que nos hacen trascender esas miras tan estrechas, como son el amor y la experiencia de la muerte de un ser querido, ya que ambas nos hacen vislumbrar lo verdaderamente importante. Y también cumplen ese fin la filosofía, la religión y el arte, lo cual no quiere decir que nos hagamos teólogos, filósofos o artistas, sino que veamos la realidad desde estas perspectivas, no necesariamente desde las tres, pues cualquiera de ellas implica a las otras. Bastaría contemplar las cosas por lo que son en sí mismas, que las escuchemos, y ellas nos abrirán los ojos a nuevas dimensiones de la realidad y renunciaremos al exagerado pragmatismo con que las distorsionamos.
Lo que pasa es que a estas últimas actividades las dejamos para unos pocos momentos, las utilizamos no por lo que son, sino como relax para volver con más ahínco a esa actividad racionalista y frenética. Pero nos equivocamos, aunque sea verdad que la vida del trabajo es necesaria, vida a la que los clásicos llamaban la de las artes serviles. Pero luego venían las artes liberales, aquellas que liberan porque ayudan a conocer el verdadero ser de las cosas. Y esas artes requieren del ocio, que no es solo ni principalmente la jarana y el ruido, sino el dejarse sumergir en lo que la realidad nos dice; solo así podremos pensar por nuestra cuenta y ver claro nuestro verdadero fin.