“El espíritu navideño, aquel que rompe barreras, acercando al que está lejos”
Una mañana de invierno, desde mi ventana, se veía gotear el agua de la nieve derretida desde mi tejado. El frio de esas épocas me hacia tropezar en todos aquellos pensamientos en los que nunca había recapacitado, ya que después de la terrible tormenta de marzo, mi pueblo había quedado desierto. Los silbidos del viento, que pasaban de un lado a otro, tarareaban la canción del abandono. La única que quedaba en el pueblo era Natalia, una anciana vecina que siempre andaba cuidando de sus plantas.
Una ráfaga de viento me trasladó a las vísperas de nochebuena, y sin pensarlo, la soledad de mi pueblo me estaba marchitando la navidad. Ding-dong, sonó el timbre. Antes de que mi padre abriera la puerta, yo ya tenía la mano en el pomo. Tras la mirilla estaba mi vecina, sosteniendo una caja. Cuando estaba a punto de abrirla, ella desapareció, sin dejar rastro de a dónde se había dirigido. Mi padre, que estaba detrás mía todo el tiempo, me arrebató la caja. Antes de que me pudiera girar, la caja ya estaba abierta.
– ¿Tulipanes, margaritas y azucenas? – preguntó mi padre con cara confusa. Caminé perplejo hacia un jarrón vacío, para así poner aquellas flores.
Mi hermana, aún somnolienta, bajó a la cocina esbozando una sonrisa tras oler la fragancia de aquellas florecillas. Después de comer, como de costumbre, cada miembro de mi familia se dirigía a su habitación para descansar.
– ¿Que vamos a hacer estas navidades?, se cuestionó mi padre a medio camino. El silencio inundó la casa, y segundos después continué mi camino, pero esta vez algo desorientado. Hace unos días, se nos ocurrió ir a la ciudad, el nuevo hogar de mi familia y amigos, pero la idea se quedo en el aire… Mi padre, me había dejado recapacitando. Una nube llena de tormentos se alojaba en mi cabeza, y no me dejaba descansar.
Esa misma tarde, una antigua amiga del pueblo me contactó. Las lágrimas nublaban mis ojos, pero aún había algo que no había logrado leer. Ella y su familia visitarían el pueblo en navidad. Suspiré con valentía, y di un brinco hacia la habitación de mis padres. Les comuniqué la noticia y compartieron una sonrisa de oreja a oreja, desprendiendo pasión y satisfacción por recibirles el próximo veinticuatro de diciembre.
Con eso, daba por concluida mi desesperación, pero no. Tenía que hacer la mejor fiesta de bienvenida. La celebración no podía ser sencilla, y mucho menos desanimada. Junto a mi madre, hicimos una tarjeta a todos los antiguos vecinos del pueblo, para que supieran todos los detalles de la fiesta. Estaba agobiado con ese mar de ideas, pensamientos y todas las preparaciones que conllevaba esa celebración colosal. Aunque intuía que muchas personas no acudirían, yo mantenía la esperanza, para poder deleitar a los que vinieran.
Se acercaba el día, sentía cierta desazón. Me pasaba horas investigando ideas para que fuese la mejor nochebuena de todos los tiempos. Mientras tanto, mis padres, a mis espaldas organizaban la fiesta para conmocionarme.
A pocas horas del gran momento, revisé que todo estuviera intacto e impoluto. Mi madre, había preparado una mesa espectacular, con un camino plateado y velas olor vainilla que, para mí, era el olor de la navidad. La boca, se me hacía agua, al ver los platos que había elaborado mi padre, con ese aroma a cocina tradicional. Mi hermana aún estaba colocando la reluciente vajilla y cubertería. Sentía que faltaba algo, hasta que llegaron los primeros invitados.
– ¡Ya es la hora! – Exclamo mi madre. No sabia como reaccionar, así que cogí el jarrón de flores y las coloqué como centro de mesa. Abrimos la puerta. Acordamos recibir a los invitados con un agradable villancico, pero la emoción de la ocasión hizo que todo a mi alrededor se paralizara. La sala, se llenó de sollozos de alegría y encanto. Nunca había visto un entorno tan feliz, cantaban, bailaban… ¡Como si alguien les hubiera devuelto la vida!
“Tulipanes margaritas y azucenas, flores llenas de esperanza, superando la distancia”
Alba Pérez Herce 1ºESO D
Una noche mágica
Había una vez en una lejana ciudad, vivían los hermanos Wonder, habían sido coronados y nombrados princesa y príncipe, por el Rey Alfonso y su madre Isabel. Esa misma noche era Navidad y los pobres hermanos estaban tan emocionados que se fueron a dormir muy temprano, pensando si Papá Noel les iba a traer sus regalos.
Cuando los despertaron a la mañana siguiente, ellos sin pensarlo dos veces se levantaron de la cama, aunque estaban como unas momias. Estaban tan emocionados que bajaron corriendo las escaleras para abrir sus regalos, al ver el árbol lleno de regalos se alegraron más de lo que estaban. Sabían que la mitad de los regalos era para cada hermano y los tenían que compartir. Pasaron 15 minutos y ellos seguían abriendo sus regalos, ya que eran muchos. Al ver el último regalo no sabían de cuál de los dos era, pero su madre les dijo: “Este regalo es para vosotros dos, tendrán que compartirlo y también con nosotros, ya que es un regalo familiar, es un regalo que habéis estado pidiendo por muchos años. Por fin ha llegado el día de daros la sorpresa”. Ellos al oír eso empezaron a dudar, y se estaban confundiendo. Su madre les dijo: “Ya podéis abrir el regalo”, los dos juntos empezaron a desenvolver la caja.
Cuando la abrieron se llevaron la mejor sorpresa del día, ya que sus padres les habían regalado un gatito. Ellos no se lo esperaban, porque sus padres habían dicho que era un poco difícil tenerlo en casa. Para ellos fue la noche más divertida e inolvidable y decidieron llamarla “Una Noche Mágica”.
Nicoll Camila López 1ºE
La primera Navidad
Érase una vez un chico llamado Santiago. Era hijo único y su familia nunca festejaba la Navidad pero en el 2021 decidieron celebrar esta tradición.
Cuando Santiago supo que iban a celebrar la Navidad en su casa, subió rápidamente a su habitación a escribir la carta. En ella anotó todos sus deseos. Juguetes, dinero, videojuegos, tecnología,.. Era una larga lista de regalos.
Con la carta en un sobre cerrado fue a dársela a sus padres. La madre con una sonrisa la guardó y Santiago muy contento pensó: “Va a ser una Navidad especial. Mi primera Navidad”.
Fueron pasando los días y la víspera de Navidad su casa estaba preparada para celebrar aquella tradición por primera vez. Cenaron tranquilamente hablando mientras comían pollo asado. Al terminar, vieron una película y después Santiago se fue a la cama súper nervioso. Esperaba que Papa Noel pudiera traer todos los regalos de su carta.
Mientras la Nochebuena pasaba, Papa Noel llegó a casa de Santiago, dejó un regalo y siguió el reparto por las casas de otras familias. Cuando se despertó Santiago fue rápidamente a la habitación de sus padres para avisarles de que había un regalo debajo del árbol. Los tres corrieron para ver a quién iba dirigido ese único regalo. En la etiqueta que colgaba del regalo ponía el nombre de Santiago. Contento de que fuera para él lo abrió. Era una caja con un sobre. Y dentro del sobre había dinero. Santiago en ese momento se dio cuenta de que sus padres no tenían regalos, con la emoción no se había percatado antes. Se preguntó la razón de por qué Papa Noel no les había dejado nada a ellos siendo los mejores padres y se sintió un poco triste.
A media mañana, Santiago salió de casa solo. Pretendía buscar algún regalo para sus padres. Pero todas las tiendas estaban cerradas, era el día de Navidad. Santiago empezó a pasear por el centro de la cuidad. No se le ocurría nada. Entonces, recordó que en el colegio habían hablado de que el mensaje de la Navidad es estar cerca de los que quieres y hacer felices a aquellos que te rodean. Un olor delicioso llegó a su nariz… pasaba por delante de una pastelería… y se le ocurrió una idea.
Cuando llegó a su casa, sus padres lo estaban esperando sorprendidos. Llevaba un paquete en la mano. Santiago les dijo:
“Me he dado cuenta de que siempre hemos celebrado la Navidad aunque no haya árbol ni regalos el espíritu de la Navidad llena esta casa siempre porque es el amor que nos tenemos unos a otros. Muchas gracias papá y mamá”.
Unai Carasusán 1º ESO C