La Organización Mundial de la Salud (OMS), vaya usted a saber por qué, decidió en el mes de mayo recurrir al alfabeto griego para nombrar a las nuevas variantes del coronavirus. Dicen que lo hizo “para evitar la estigmatización asociada al modelo que se había ido siguiendo hasta entonces: nombrar a las variantes por el país en el que emergían”. De modo que ya han pasado las variantes alfa, beta, gamma, delta y épsilon, hasta denominar ómicron a la última detectada.
Tiene narices la cosa que, después de proscribir la Lengua Clásica y la Filosofía de los planes de estudio, ahora se “estigmatice” a la Lengua Griega poniendo el nombre a los tipos de virus mutantes del coronavirus. Podían haber pensado para tal cosa en otras posibilidades, incluidos los inocentes neologismos, pero no. Parece ser, no obstante, que ómicron no era el nombre predestinado para esta nueva variante, pues se han saltado unas cuantas letras del alfabeto griego, entre ellas Xi, al parecer porque es un nombre común en China y la OMS lo consideraba ofensivo.
Pero lo más preocupante de todo este asunto coronavirológico es que la OMS se muestre preocupada, valga la redundancia, por los efectos de esta nueva variante, como son, entre otros, su alto número de mutaciones y su capacidad de volver a infectar a los ya vacunados. La OMS podía haberse preocupado un poco más de que las vacunas llegasen también a los países pobres que, como todo hijo de vecino sabe, se concentran en África, donde hay países que no llegan ni al 2% de personas vacunadas. Mientras tanto, en el mundo llamado “occidental” seguimos construyendo enormes frigoríficos para ir almacenando vacunas y más vacunas. Y es que no hemos aprendido de aquel bíblico maná que no sirve de nada tanto almacenamiento, pues acabará pudriéndose. Si todo lo almacenado se hubiese distribuido entre los países del tercer y cuarto mundo, probablemente se hubiesen detenido asimismo las variantes, con lo que todo el mundo habría salido beneficiado. Claro que eso tiene un nombre: SOLIDARIDAD. Y occidente no está por la labor. Ahora se trata de aislarlos, cerrando las fronteras. Pero el virus no sabe de fronteras y, tarde o temprano, lo tendremos aquí. Y vuelta a empezar: una nueva crisis para que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres. Eso sí, recuperando el denostado griego, tal vez para odiarlo un poco más, a pesar de que lo sigamos usando en palabras como “democracia” (gobierno del pueblo), aunque su significado, poco a poco, lo vamos pervirtiendo en pseudodemocracia (falso gobierno del pueblo), o partitocracia (situación política en la que se produce un abuso del poder de los partidos, según la RAE), significados más acordes con la realidad actual.
Sólo queda esperar que, si empezamos con “alfa”, primera letra griega, asociada con el PRINCIPIO, no lleguemos a la variante “ómega”, la última letra griega, asociada con el FIN. Veremos.