He visto en “Surcos”, esa película de Julio Mazarico que ha sorprendido agradablemente, una escena en la que se canta una jota en off sobre el atardecer de un paisaje bardenero. Y esa jota nos ha tocado a todos los espectadores, a unos mucho y a otros no tanto, pero no ha habido excepciones. Y no solo por la belleza especial de las Bardenas, ni solo por la letra – un texto breve en el que se puede descubrir, si reflexionamos, una gran carga de profundidad existencial – ni tampoco solo por la música, sino sobre todo porque la jota es fruto de un sentimiento especial, porque está cantada desde ese sentir nuestro que nos enraíza con nuestra tierra y con nuestra pequeña historia, cobrando entonces conciencia de dónde venimos y de quiénes somos, es decir, haciéndonos conscientes de nuestro ser. Por eso entonces nos sentimos plenamente a nosotros mismos, y llegamos a ese oscuro fondo en el que duerme ese inconsciente colectivo que nos sirve de sustrato, con tal motivo se despierta, y sentimos como si nos sobráramos radiantes de este pequeño caparazón que es el cuerpo.
La globalización-pese a tener aspectos positivos- amenaza con borrar la identidad de los distintos pueblos
Claro que hoy apenas se escuchan jotas, y hasta hay quien las menosprecia por considerarlas ridículas y anticuadas. Y es que la globalización-pese a tener aspectos positivos- amenaza con borrar la identidad de los distintos pueblos, lo cual ha llegado hasta tal punto que, de vez en cuando, soltamos un pequeño párrafo en inglés, para demostrar que estamos a la última, aunque parodiando a esta última frase, habría que decir que estamos en las últimas respecto a conservar nuestra identidad. Menos mal que hay todavía ocasiones en las que esa identidad se reafirma, como son el día del Ángel, el del Volatín, las dos procesiones de Santa Ana-especialmente la de la amanecida del 26 de julio, plagada de un ensueño casi místico que embarga-y el día del Cohete. En esas ocasiones nos sentimos de verdad, con un sentir más pleno y henchido, porque entonces explota ese tudelanismo que hemos respirado, y descubrimos jubilosos que esos momentos nos hacen felices y no los queremos cambiar por nada del mundo.
También la jota, cuando surge de modo espontáneo porque alguien se sintió inexplicablemente unido a ese latido perenne de nuestra alma colectiva y sintió la necesidad de cantarla, nos produce una emoción semejante. Y es que en esos instantes nos damos cuenta de nuestra auténtica realidad, nos fluye la vida con todo el sentido, y eso es el fundamento de todo lo demás.