Desde hace unos pocos años estamos entrando, sin darnos apenas cuenta, en una nueva era, caracterizada por la digitalización. Todo, o casi todo, se puede conseguir rápidamente, con tal de que pulsemos la tecla más adecuada de uno de esos aparatos modernos, como son los móviles, tabletas, etc. Se puede afirmar que nuestra vida está al alcance de un clic, esa palabra que antes carecía de uso y que ahora suena y resuena en cualquier parte. Y eso, que realmente es una gran ventaja, tiene también sus desventajas, si no ponemos el necesario cuidado.
Porque con un clic, lo que podemos conseguir es una información precisa y difícil de lograr de otra manera, pero también y sobre todo podemos comprar, y ambas cosas, el estar informados y adquirir cualquier artículo, las podemos obtener ya, sin ningún tiempo de espera. Y aquí vienen las desventajas, porque si nos acostumbramos a esta rapidez casi vertiginosa, entonces reducimos en exceso nuestras comunicaciones personales, desusamos la paciencia, que es lo mismo que eliminarla de nuestra vida, renunciamos también a la espera, con lo cual ponemos en grave peligro la virtud de la esperanza y olvidamos las reflexiones que haríamos para lograr nuestros proyectos. En definitiva, lo que hacemos es potenciar excesivamente nuestro afán de consumir.
La vida hoy es consumo; se consume todo, cosas, valores, amistades y productos culturales incluso
Y esa es la cuestión, porque nuestra cultura ha caído presa en consumir por consumir, y hemos llegado a una situación tal en la que vida es consumo. Se consume todo, cosas, valores, amistades y productos culturales incluso. Pero claro, el consumo lleva implícito que lo consumido sea de usar y tirar, de usarlo tras el momento ansioso de la compra y de tirarlo casi con desprecio cuando aparezca otro nuevo. Y eso en principio nos satisface, porque nos habla de nuestro poder. Alardeamos ufanos de hacer colección de cosas compradas y tiradas, y no tenemos inconveniente en tirar amistades, olvidándolas por otras nuevas, y productos culturales. Asistimos a muchos de ellos, quizá por presumir de la cantidad sin profundizar en la cualidad, porque de hacerlo sentiríamos tal sosiego que no necesitaríamos estar urgidos por consumir otros.
Y la siguiente desventaja nos viene ahora, con el Covid, al que no podemos desterrar con el consabido clic, ni tenemos paciencia, ni esperanza, ni sabemos qué hacer ya que el virus no es ni mucho menos un producto de consumo, sino todo lo contrario, y consumir es lo único a lo que estamos acostumbrados.