El otro día, en un programa de radio, escuché a una persona justificar los botellones y demás aglomeraciones festivas, porque el sistema hormonal y neuronal de los jóvenes- así lo dijo- les predisponía en esa dirección. No sé si quería congraciarse con la juventud, pero lo cierto es que los que trasgreden esas normas no son todos los jóvenes, ni siquiera la mayoría. Así que con esa excusa ridiculizó a los que no participan en esos desafueros, pues al parecer carecen de esas hormonas tan energéticas, o si las tienen son muy debilitadas. Menuda incongruencia.
Pero no bastan los aspectos exclusivamente biológicos para explicar tales desmanes. Cuando una persona, joven o adulta, tiene problemas en la vista, por ejemplo, no por eso deja de leer, sino que se buscará unas buenas gafas. Si otra tiene dificultades para andar, no se quedará quieta en casa, sino que se ayudará con bastón, muletas o con un carrito para ir a donde deba o a donde quiera. Así que el ser humano tiene capacidad para superar sus limitaciones, porque es un ser dotado de libertad. Por lo tanto, la excesiva influencia de las hormonas también se puede controlar. ¿Cómo?
Lo que de verdad organiza nuestras vidas es sentirnos atraídos constantemente por un ideal
Pensemos en los y las estudiantes que preparan un examen, o en quienes opositan buscando un trabajo, o en deportistas de cualquier clase -profesional o amateur, futbolista, montañero, etc.- que ansían cumplir su cometido. Seguro que estos no acuden a esas manifestaciones multitudinarias, y otros muchos tampoco, y es porque tienen una meta, un objetivo que puede funcionar como un ideal cuando se potencia con valores religiosos, espirituales o culturales, que suelen ser los más numerosos. Y es que lo que de verdad organiza nuestras vidas es sentirnos atraídos por un ideal. Ortega decía que cuando la juventud carece de ideales rinde culto al aspaviento.
Por ello, lo que habría que buscar no son argumentos basados en las hormonas, sino tratar de averiguar si una parte de la juventud carece de ideales. ¿Son los jóvenes los únicos responsables de esas juergas, o es el clima hedonista que hemos creado?, ¿es el desamparo en el que muchos jóvenes se hunden, o es la falta de oportunidades para que chicos y chicas puedan afrontar su futuro el verdadero motivo que les impulsa a esos comportamientos tan irresponsables? Porque si se trata de cualquiera de los motivos citados, en lugar de cargar contra los y las jóvenes deberíamos ser todos los que revisáramos nuestra vida, y a lo mejor entonces se arreglaban un poco más las cosas.