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Libertad de expresión, por Pepe Alfaro

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Se asoma uno a las redes y alucina a cuadros con las manifestaciones que los “hunos” y los “hotros” entienden sobre el concepto de “Libertad de expresión”. Hay quienes denuncian o defienden sólo la susodicha “Libertad de expresión” en función de la ideología de quien lo dice. O sea, la puñetera costumbre que tenemos en este País de juzgar, para bien o para mal, al mensajero, sin importar para nada el mensaje. De ahí que haya politólogos exprés que, para opinar sobre algo, lo primero que preguntan es ¿quién lo dice?

Se nos llena lo boca con la defensa de la “Libertad de expresión”. En función de esa falsa libertad se puede alabar el terrorismo, se puede desear la muerte de personas, se puede injuriar y, lo que es más importante, hay que tomar la calle para que, mientras “hunos” colegas incendian chirimbolos urbanos, “hotros” colegas consiguen por la cara unas nike, un patinete eléctrico o ropa de marca. Porque está claro que las manifestaciones hay que hacerlas necesariamente donde hay posible botín.

Claro que, en el sentido contrario, si pones ciertos cortapisas a esa tan cacareada Libertad sin límites o hablas de Respeto o de Antiviolencia es que eres un carca, un trasnochado, un pardillo, un “perotudequevas”. Y, además hay quien te da una lección, porque la “Libertad de expresión”, oiga, tiene que ser total, ¿sabe?, por eso soy tan supergüay y por eso, cuando no tengo nada que hacer, me defeco en todos los dioses de las cortes celestiales o hago caricaturas de Mahoma, por lo que siento una especie de levitación libertaria que me río de las trasverberaciones de los místicos.

Nos pasamos la vida defendiendo nuestras posiciones con el concluyente “y tú más”, porque en esto, como en casi toda la política, no hay término medio

De modo que hay políticos que, de tanto mirar por el retrovisor de las encuestas, no saben si quedarse con el inocente pirómano, que se expresa “libremente” con fuego, o con el bombero culpable, que para eso cobra.

Así que nos pasamos la vida presumiendo de a ver quién la tiene más larga (entiéndase, la Libertad), defendiendo nuestras posiciones con el concluyente “y tú más”, porque en esto, como en casi toda la política, no hay término medio. Luego nos pasa como a “Los dos conejos” de Tomás de Iriarte (relean la fábula, porfa) que acabamos siendo víctimas de nuestras absurdas discusiones, mientras se aprovechan los de siempre.

Porque, que quede claro, parece ser que la “Libertad de expresión” y el “Respeto” no pueden ir de la mano. Me recuerda aquel cuento de Isaac Asimov, titulado “Asnos estúpidos” (léanlo también, que está en Internet), en el que calificaba así a los terrícolas, por ese enorme afán que ponemos en nuestra autodestrucción.

Pero eso no importa, siempre que haya una suprema “Libertad de expresión” sin límites. Amén.