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Maradona

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Tratar de entender todo lo referente a la vida y milagros de Diego Armando Maradona es batalla perdida. Porque la razón está reñida con la fe. No le demos más vueltas: o crees o no crees. Está claro que, en Argentina, el fútbol es una religión, cuyo D10S (sic) es Maradona. Hablo en presente porque la inmortalidad es un don propio de los dioses. O sea que más que de la muerte de un dios estamos hablando de un tránsito, pues la muerte, la misma palabra lo dice, es exclusiva de los mortales, tal que usted y yo. No es de extrañar que, ante esta divina contradicción que supone el deceso del astro argentino, esté imputado su médico personal.

Si tuviésemos que escribir un microrrelato, sin puntos, sobre Maradona, podríamos hablar de “un niño de clase humilde que, gracias a su extraordinario dominio del balón, alcanzó la cima del séptimo cielo en la tierra, que descendió a los infiernos de la mano de la cocaína, el alcohol, el puterío y el maltrato, que congenió lo mismo con Fidel Castro, Hugo Chávez o Evo Morales, que con Pablo Escobar o la Camorra napolitana, y que transitó al Otro Barrio con 60 años, porque, aun siendo D10S, el cuerpo humano en el que habitaba no soportó tanto exceso de drogas en su fisiología”.

Pero sus creyentes discípulos, súbditos y correligionarios sólo recuerdan su excelente destreza balompédica, siendo algunos de sus miraculosos goles tenidos como modelos de perfección, incluido el hiperfamoso denominado “la mano de Dios”, elevando así un hecho tramposo a la más alta mística de una nunca descrita octava morada. Y, a buen seguro, no faltarán quienes esperen el día de su resurrección, como corresponde a un dios que se precie de su divinidad.

Ha sido tan importante la noticia de su tránsito al Más Allá que, durante unos días, casi consigue eclipsar a uno de los grandes problemas que padecemos los españolitos en este final de 2020. Y no hablo del covid y sus efectos primarios y secundarios, ni siquiera del desacuerdo continuo y metódico, como modus vivendi, entre nuestros mandamases políticos, sino de todo el desencadenante que ha provocado en nuestro sentimiento patrio la telecinquera “tristeza de Kiko Rivera”.

Pero mientras el culebrón kikorriverense desaparecerá cuando se agote el filón imaginativo de los guionistas, la divinidad de Maradona continuará aumentando. Y quién sabe si, aprovechando que el representante del Dios cristiano en la Tierra es también argentino, empiezan a producirse milagros para que, pasando por los necesarios estadios de siervo de Dios, venerable y beato, Maradona suba a los altares con el más alto grado que supone la santidad.

El mundo necesita mitos. Pero no mitos inalcanzables Mejor cuanto más cercanos y cuanto más bajos sean sus orígenes. Sobre todo porque eso significa que, a partir de cualquiera de nuestros propios orígenes, podemos alcanzar la cima del Olimpo. Da lo mismo que sea haciendo magia con un balón, que cayendo en lo más bajo de la condición humana. Si, además, aúnas ambas cosas, el mundo guardará tres días de luto por ti.

En fin, más que admiración por Maradona, siento lástima por ese “juguete roto” en que Diego acabó convertido. Descansa en Paz.

Pepe Alfaro