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Infancia

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Está claro que, entre los diferentes grupos de edad con que los humanos acostumbramos a autoenconsetarnos (a saber, infancia, pubertad, juventud, madurez y diversas edades ordinales de la vejez), la infancia es la que mejor se está comportando en esta pandemia. A años luz del siguiente grupo. Sin pretender generalizar, eso nunca, porque “de todo hay en la viña del Señor” y, por supuesto, sin estigmatizar al “divino tesoro” que es la juventud, tan admirable en tantas situaciones, algunos grupos de jóvenes (para más inri y con demasiada frecuencia, estudiantes universitarios) no han entendido lo de “quedarse en casa y evitar aglomeraciones para que no se propague el virus”.

Pues eso, que chapeau por la infancia, por esas niñas y esos niños que se han encontrado con un confinamiento que el resto de grupos no hemos padecido en toda nuestra vida. Y lo han hecho sin rechistar, acatando la situación, a lo que, sin duda, han contribuido las explicaciones de sus madres y padres. Y han retornado a las escuelas siguiendo las pautas establecidas y con la mascarilla puesta, sin poder achuchar a sus amistades y compañías de clase, y con la espada de Damocles de un posible nuevo confinamiento sobre sus cabezas. A buen seguro, por la expresión de sus ojos, que lo hacen sin dejar de sonreír. Y no han protestado cuando han visto los parques infantiles empaquetados con tiras de plástico rojo y blanco, impidiéndoles el paso, mientras contemplaban la triste orfandad de los toboganes, el silencio sonoro de las tirolinas, la quietud apocalíptica de los columpios. Y han tenido que renunciar a las fiestas de cumpleaños, amén de todas las fiestas familiares, propias o cercanas, para las que tenían invitación. Nadie ha perdido tanto en esta pandemia como lo que ha perdido esta generosa y emotiva infancia.

Qué razón tenía Federico García Lorca cuando decía, “el niño es inocente y, por lo tanto, sabio”. Puede parecer una contradicción, pero la Inocencia es la base de la Sabiduría. Algunos de estos jóvenes (insisto en lo de “algunos”) que se saltan las normas sanitarias de la comunidad, tanto en la calle, como en pisos o residencias, consiguiendo, además, que se cierren no pocas Universidades, deberían desaprender su egoísmo para volver a recuperar esa Inocencia que conduce a la verdadera Sabiduría. Sabiduría que no viene en los libros ni se aprende en las aulas y que lleva implícita grandes dosis de Solidaridad.
La Literatura ha jugado muchas veces con la ficción de “un mundo del revés”. No nos vendría mal, de vez en cuando, hacer realidad esa ficción, recurriendo a una catarsis purificadora y volvernos niñas o niños. Cuando el ciclo de la Vida se cierra quizás se entienda mejor. La vejez y la infancia van muchas veces de la mano, porque la infancia permanece siempre tatuada en el corazón.

Gracias, niñas, gracias, niños, por vuestra generosa y sabia Lección, que nos enseña que, en la Vida, nunca es demasiado tarde para aprender.

Pepe Alfaro