Eso de adivinar el futuro es algo que a todos nos gustaría poder hacer, tanto en el aspecto individual, como en el colectivo. Claro que de este nivel se ocupan con acierto-a veces- las previsiones basadas en sondeos, comparaciones o en las relaciones matemáticas entre las diversas ecuaciones representativas de la situación actual.
Hay adivinaciones que han tenido un increíble alcance para la ciencia, como la realizada por Demócrito, allá por el siglo V. a. de C., quien afirmó taxativamente, sin otras pruebas que su intuición, que la naturaleza estaba compuesta por átomos, todos iguales, cosa que veinticinco siglos más tarde comprobaron los expertos. Otras sin embargo tienen una base científica, como las del pintor Leonardo da Vinci, del siglo XVI, quien fue capaz de diseñar lo que podría haber sido un ascensor, un coche o una bicicleta por sus conocimientos de mecánica, pero sus coetáneos desecharon estos bocetos. También tuvo gran importancia en el XIX Julio Verne, creador literario de lo que hoy es un submarino atómico, y no porque fuese científico, sino por su poderosa imaginación.
A principios del siglo XX encontramos a Aldous Huxley, cuyas previsiones no se basaron ni en la ciencia ni en la imaginación, sino en la pura lógica. En su novela de 1932, “Un mundo feliz”, tomó nota de la incipiente decadencia de Occidente y dejó que los deseos más groseros y egoístas alcanzaran sus objetivos. Por eso describe una sociedad que prevé de antemano el número de personas que van a nacer, y que pertenecerán a dos únicas clases, gracias a una desmedida manipulación genética: la de los dirigentes, con una capacidad intelectual superior, y la de los trabajadores, con una inteligencia muy disminuida. Además, una serie de compuestos químicos harán que las personas alcancen deleites insuperables en sus cuerpos sin ningún perjuicio para su salud, mientras que una combinación de elementos visuales y táctiles-una especie de cine sofisticado- provocará en los espectadores sensaciones placenteras idénticas a las que se puedan experimentar en la vida real, algo que hoy está consiguiendo la robótica.
Son adelantos positivos pero que nos pueden descarriar, y en la novela de Huxley produjeron una sociedad hedonista por completo, cargada de egoísmo y férreamente controlada por las clases superiores, haciendo imposible cualquier intento de regeneración. Si nosotros queremos evitar tales riesgos tendremos que ser precavidos, aprovechar los adelantos pero regulándolos siempre con la primacía de los valores.