Las situaciones críticas por las que nos toca pasar y las desgracias que nos suceden son ambivalentes a largo plazo. De momento predominan los aspectos negativos, bien respecto a la salud, o a lo económico, lo profesional, lo afectivo, etc. En un principio quedamos paralizados, incapaces de encontrar la salida y continuar hacia adelante. Pero también es verdad que, pasado un tiempo cuya duración no podemos predecir, empezamos a encontrar modos de paliar los efectos nocivos, y vamos abriendo pequeñas sendas que nos permiten continuar el camino que llevábamos, quizá con más rapidez, o encontrar una nueva ruta que nos hace la vida de nuevo grata y satisfactoria.
Ahora, en estos momentos en los que nos invade ese oscuro temor por culpa del coronavirus, estamos en una situación crítica. ¿Cómo salvaremos el peligro?, dejemos a la suerte por un lado y a la ciencia por otro que nos protejan de este grave riesgo. Pero entre tanto, ¿qué hacer?, ¿dónde está lo positivo que todas las desgracias esconden para un después lejano?, ¿no podríamos encontrar un agarradero más inmediato? François Cheng, ese profundo ensayista chino-francés, afirma que “la verdadera vida no es solo el hecho de tener existencia, sino el deseo mismo de vivir”.
Y ahí es donde quiero reflexionar un poco. Porque no está muy claro que hoy tengamos verdaderos deseos de vivir, principalmente porque empieza a olvidarse lo que es el sentido de la vida. La vivimos, es cierto, pero sin demasiada ilusión, con demasiado escepticismo, es decir, sin tener explícitos y firmes deseos de continuar viviendo. Vivimos, pero quizá no nos importaría demasiado dejar de hacerlo.
Dice el filósofo François Cheng que la verdadera vida no es solo tener existencia, sino tener deseo de vivir
Es en este punto donde el coronavirus ha entrado en juego. Porque, de pronto, ha hecho rebrotar en nosotros un intenso deseo de seguir vivos, de saborear el simple y cotidiano bienestar, que por ser tan cotidiano no le habíamos dado importancia. Descubrimos el valor de la amistad, la alegría del encuentro con los amigos, con la familia, el tener libres los fines de semana y las vacaciones, la satisfacción del trabajo bien hecho, el poder disfrutar de una vivienda independiente, una mañana de sol, una tarde de ocio, una noche estrellada, etc., todas esas cosas cuyo valor habíamos pasado por alto. El coronavirus ha hecho renacer en nosotros un indudable deseo de vivir, que quizá lo habíamos perdido o lo estábamos perdiendo. Nos hecho desear de nuevo la vida, saborearla y disfrutar con ello. Y ese es su lado positivo.
Alfonso Verdoy