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Estadísticas, por Alfonso Verdoy

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Es un hecho evidente que las matemáticas han progresado mucho, igual que todas las ciencias. Tienen valor por sí mismas y expresan todo a la perfección, hasta el punto de que algunos seguidores suyos afirman que representan, en cierto modo, el pensamiento de Dios. Claro que esto suena muy exagerado.

Pero además de su propio desarrollo, colaboran también con las demás ciencias, tanto las humanas como las naturales, principalmente la física, que con su apoyo ha logrado dar forma a teorías relevantes, como son los cuantos, los agujeros negros y la relatividad entre otras, y por supuesto que también se han aplicado a las ciencias sociales, elaborando estadísticas precisas sobre determinadas cuestiones; estadísticas que son realmente importantes y beneficiosas, pero están empezando a ofuscar nuestro pensamiento, porque nos están haciendo cambiar nuestro punto de vista. En principio, las estadísticas de temas sociales son el resultado de investigaciones sobre costumbres y circunstancias vitales, y gracias a ellas sabemos cuantas veces se repiten o no unos determinados actos de carácter económico, religioso, político, etc., logrando por ello un retrato bastante aproximado de nuestra sociedad en esos aspectos.

“Ante una situación concreta, en lugar de preguntarnos por la norma moral nos fijamos en la estadística”

Lo que pasa es que ahora estamos empezando a invertir nuestro enfoque, y en lugar de considerar que las estadísticas son algo cosechado tras muchos y complicados sondeos, estamos empezando a tomarlas no ya como algo a posteriori, sino como normas que a priori deben regir nuestra conducta. “Si lo hacen todos así, será porque habrá que hacerlo así”, nos decimos, y se convierten en un imperativo social que se impone a cualquier otro imperativo. Por eso, cuando nos enfrentamos a una situación determinada, en lugar de preguntarnos cuál es la normativa moral al respecto, nos fijamos en la estadística, y en función de ella actuamos.

Este es el motivo de que esos estudios estadísticos, realmente beneficiosos por enseñarnos con brevedad una imagen muy aproximada de un aspecto de nuestra cultura, nos están haciendo desentendernos de la ética, de tal manera que ya no nos preguntamos si nuestra conducta entra o no dentro de su cauce, sino cuantas veces se hace- o no se hace- tal cosa, y en función de la respuesta decidimos. Y es que una cosa es preguntarnos cómo es un determinado acto, y otra muy distinta es preguntarnos cómo debe ser. Pero esta segunda cuestión, desgraciadamente, interesa cada vez menos.