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Trampas del lenguaje, por Pepe Alfaro

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La manipulación del Lenguaje con fines espurios es una de las armas más utilizadas en la “desinformación”. Se manipula el Lenguaje a la umbilical conveniencia de cada usuario y sólo faltaría añadir, al final de cada manipulado enunciado, el estribillo o letanía “palabra de Dios”. Y, ya, puestos en materia, al falsario emisor lo podemos sublimar con un “te alabamos, Señor”, que así la cosa queda como muy guay. Pero lo que en verdad ocurre es que los tramposos dicen vendernos bondades y pétalos de seda, cuando la realidad del producto es pura maldad y espina ponzoñosa.

Los ejemplos son cuasi infinitos. Sobre todo en el campo de la política. Vayamos con uno de los que nos lo han metido en las vísceras y en los Surcos de Rolando con tanto exceso de vaselina que ha llegado a formar parte del ADN de no pocos borregos del gregario redil: el “derecho a decidir”. El verbo decidir es transitivo generalmente, tal como reza la RAE. E, incluso, aunque se utilice como intransitivo, siempre hay que especificar qué o sobre qué se decide. De lo contrario, si el “derecho a decidir” fuese una derecho absoluto, tal como lo utilizan los tramposos, con el fin de llevarse el ascua a su sardina, se podría, con ese “divino derecho”, decidir a quién se mata, a quién se viola, a quién se roba o, incluso, dónde se coloca la personal raya de cada independencia.

«Los tramposos dicen vendernos bondades y pétalos de seda,
cuando la realidad del producto es pura maldad»

Resumiendo: el “derecho a decidir” no existe. No hay en todo el mundo mundial, ni una Ley ni un Estatuto ni una Constitución que ampare tal supuesto derecho. Está claro que este falso “derecho a decidir” lo utilizan habitualmente los independentistas, cuando lo que quieren decir es “derecho a decidir la independencia”. Que lo digan. Así, por lo menos, la cosa tiene sentido, pues especifican con claridad el objeto de la decisión. Pero, claro, no lo dicen así porque si fuese un derecho universal, toda nación, región, sociedad o individuo tendría “derecho a decidir su independencia”, incluso de los neoindependientes, con lo cual acabaríamos como aquel infinito cuento de infancia que dice “¿quieres que te cuente el cuento de María Sarmiento que nunca se acaba?”
Otro capítulo de las “trampas del lenguaje” está en las adjetivaciones y en las adverbializaciones. Por poner otro ejemplo, si alguien añade la adjetivación “democrático/a” a cualquier sustantivo, ese sustantivo adquiere una noble función, ya que todo lo derivado de democracia se defiende por sí solo. Estaría mal utilizar lo de “violencia democrática” porque la palabra violencia ya es peyorativa en sí misma; pero si a la violencia la llamamos tsunami la cosa cambia. Y ni siquiera importa, por lo tanto, que el tal tsunami corte democráticamente vías de comunicación, rompa democráticamente comercios y contenedores e incluso robe democráticamente (perdón, quise decir “tome”) televisores y otros productos de los comercios abiertos democráticamente, rompiendo democráticamente las lunas no democráticas de los mismos.

En fin, todo es válido para lograr la independencia de quien se considera una raza superior y califica de “honorables” a sus propios ladrones.