El futuro siempre está ahí, delante de nosotros, y es lógico que tarde o temprano se convierta en presente. Lo podemos vivir como mera expectación, aguardando pasivamente a ver qué es lo que sucede, como por ejemplo esperar a ver si llueve el mes próximo, en cuya situación no podemos hacer más que cruzarnos de brazos y dejar pasar el tiempo. Pero también lo podemos vivir de otro modo, como por ejemplo esperar a ver si apruebo una oposición el mes que viene. En este caso ya no estoy con una expectación pasiva, porque ese futuro se convierte en un imperativo que modifica y organiza toda mi conducta. Puede que, llegado el día, supere las pruebas y obtenga el trabajo deseado, pero lo importante no es solo haber conseguido el empleo, sino también haber desarrollado la habilidad para superar exámenes. El futuro pues funciona de tal manera que nos ayuda a realizarnos cada vez con mayor perfección, contribuyendo a que adquiramos nuevas habilidades.
Menos mal que a nuestras imperfecciones se les abre siempre la puerta esperanzadora del futuro
Por ello podemos deducir que a nuestras imperfecciones se les abre siempre la puerta esperanzadora del futuro, y que tenemos la capacidad de esforzarnos para conseguir lo que nos falta ejecutando las acciones adecuadas. Es evidente que “siempre somos para algo” y nuestra vida no es estática, sino dotada de un dinamismo interno que le impulsa siempre a progresar. Por ello estamos continuamente maquinando en función de ese futuro que llegará dentro diez minutos, un día, un mes o varios años.
Por otra parte, lo que haya de ser ese “algo” para el que siempre somos depende de nuestra libertad, que nos permite elegir entre varias opciones, y aquí es donde entra de lleno el tema de la ética. Porque la verdad es que podemos hacer cualquier cosa, pero junto a ese poder está el deber, y ese algo no debe ser más que una sola cosa y no cualquiera, sino aquella que caiga dentro del ámbito moral que nuestra naturaleza social necesita. Esta es pues una de las cuestiones principales de la vida: estamos siempre a falta de algo, tenemos la capacidad para conseguirlo, y ese algo viene exigido por nuestra naturaleza social, que es tanto como decir moral.
No podemos renunciar a elegir en pos de un futuro que nos espera, ni tampoco podemos elegir en contra de nuestra naturaleza. Lo primero, porque sería renunciar a la auténtica vida, y lo segundo porque nos desviaríamos por completo de ese futuro para el que la vida nos ha preparado, y dejaríamos de ser nosotros mismos.