Esto de manifestarse está pero que muy bien. Sobre todo cuando se trata de causas justas o solidarias, pretendiendo con ello llamar la atención de las Administraciones Son manifestaciones pacíficas, nadie va por libre gritando consignas que nada tienen que ver con el objetivo de la convocatoria, y lo mismo ocurre con las pancartas o carteles que se portan. Son manifestaciones sin tiempo prescrito y se convocan cuando la causa lo requiere.
Pero llega el paradisíaco tiempo de las elecciones y la cosa cambia. Entonces, las manifestaciones de “corte político” abundan por doquier. Sobre todo los fines de semana, porque el resto del tiempo no es manifestable. Son manifestaciones que raramente van a favor del algo, sino que se convocan a la contra. A la contra del enemigo, claro. ¿Qué quién es el enemigo? Ya se sabe: el del otro partido político, sea cual sea. En este tipo de manifestaciones todo está permitido. Se reclama, sobre todo, aquello que “nuestro” partido ha sido incapaz de hacer en el ejercicio del poder. Eso sí, “nuestro” partido siempre será bienvenido a la manifestación, aunque oficialmente no se le invite. Suelen ser asimismo pacíficas, pues de antemano se sabe que, en la práctica, no sirven para nada.
Hay otro tipo de manifestaciones: son aquellas en la que se busca que la razón del número de manifestantes sustituya a la razón de la Ley. De ahí que las matemáticas contables de los organizadores nada tengan que ver con la contabilidad real. En alguna de estas manifestaciones todo está permitido. Destrozar inmuebles bancarios, comercios que no cierran y sedes de los partidos o sindicatos distintos al “nuestro” está bien visto, así como atacar a las fuerzas del orden, sean municipales, autonómicas o nacionales. De hecho, podría decirse que es el único trabajo reconocido de algunos de esos manifestantes. Ah, se me olvidaba: entre los objetivos destructores no faltan los contenedores de basura y las paredes de edificios históricos. ¿Qué culpa tendrán los contenedores y los edificios? En fin, todo muy ecológico y respetuoso con las herencias recibidas. Este tipo de individuos es bien recibido por los organizadores. Al fin y al cabo, tal como afirman “algunos”, sin que se les caiga la cara de vergüenza; “la democracia está por encima de la ley”. ¡Casi nada! Basta entonces con calificar cualquier actuación como democrática para justificarla.
Está claro que tenemos muy poca memoria histórica o, peor todavía, que sólo recordamos aquellos pasajes de la Historia que más se parecen y convienen a nuestros espurios intereses.
Y es que “los nuestros” todo lo hacen “democráticamente” bien. Hasta el punto de que nos alegra mogollón que “los nuestros”, sobre todo en estos tiempos de elecciones, no hagan ninguna propuesta positiva, sino que se dediquen a insultar a los otros partidos y a sus líderes que, como es bien sabido, son los verdaderos enemigos de la democracia. Como debe ser.