Hay personas que son ventrílocuas, es decir, que además de hablar a través de la boca pueden hacerlo también mediante el vientre, lo cual aprovechan para fingir una conversación entre dos personas aunque solo veamos una, la que mueve los labios. Suelen utilizar esta cualidad para el divertimento, se contratan en un circo o en un espectáculo, cogen como partenaire un muñeco de aspecto cómico, y se lanzan por el mundo a entretener al público, fingiendo divertidos diálogos con la marioneta.
Computadoras, móviles y robots poseen ya la facultad de hablar, de juzgar y de razonar
Pero hay también otra clase de ventrílocuos, gracias a la actual tecnología. Computadoras, móviles y robots poseen ya la facultad de hablar, y en sus parlamentos hay respuestas a nuestras preguntas, siendo capaces además de emitir juicios sobre lo que han percibido, y por si fuera poco pueden hacer un sinfín de complejos razonamientos. Claro que hemos de tener en cuenta que esas máquinas no juzgan ni razonan por propia iniciativa, sino porque el ser humano les ha dotado de un programa que funciona de esa manera; o sea, que en definitiva no hablan las máquinas sino la persona que las programó. Esos aparatos poseen lo que se llama inteligencia artificial (I.A.) pero no saben lo que dicen ni como razonan, no tienen experiencia de sus dichos, no son conscientes de ellos, mientras que el ser humano que los programó sí que lo es.
¡Parla cane!, dicen que bramó Miguel Ángel cuando vio la perfección de su Moisés, plasmado en brillante mármol con todos los detalles que la fisiología exige. Aquel Moisés era perfecto pero no podía hablar, así que su escultor se enrabietó y le dijo en un grito “¡Parla, cane!” “¡Habla, perro!”, sin conseguirlo. Hoy nosotros sí que lo hemos conseguido, pero en objetos que no tienen la estética creada por el escultor florentino, sino la fría simplicidad minimalista de los utensilios tecnológicos.
Creemos que somos semidioses por haber dotado de habla a las cosas, olvidando que en realidad no hablan ellas sino el hombre. Hoy se prometen además robots capaces de tener sentimientos, pero podemos contestar con la misma cantinela: que dirán tenerlos pero en realidad no los sentirán, porque es imposible que sus programas lleguen tan lejos. Y es que hablar es una cosa y ser consciente de lo que se habla es otra, por ello, la única conclusión a sacar es que somos unos aventajados ventrílocuos, nada más, porque conseguimos que parezca que las cosas hablen, pero no podemos lograr que tengan conciencia. Eso es de nuestra exclusiva propiedad.