Solemos pensar que las crónicas, sean del estilo que sean, nos hablan con objetividad de un hecho determinado, pero siendo esto verdad no es toda la verdad, porque también nos hablan de la personalidad del cronista, de lo que sintió al conocer aquello que nos ha contado. Y es que si el autor no hubiera experimentado un sentimiento profundo no habría hecho tal relato, a lo sumo se habría limitado a trascribir ordenadamente los datos, componiendo una enumeración anodina.
Pero no es así; los cronistas- sean escritores, músicos o artistas plásticos- acuñan su mensaje con su propio sentir. Hay múltiples ejemplos en la historia, pero me limitaré a los más nuestros: Platón contándonos los diálogos de Sócrates porque le calaron hasta la médula, los evangelistas porque les impactó el mensaje de Jesús, Goya pintando los “Fusilamientos de la Moncloa” porque le conmovió su valentía, Lorca poetizando sobre el torero “Ignacio Sánchez Mejías”, o Gerardo Diego sobre el “Ciprés de Silos” porque ambos se estremecieron ante las respectivas situaciones, etc.
Los cronistas, sean escritores, músicos o artistas plásticos, acuñan su mensaje con su propio sentir
Y si nos metemos en las artes plásticas sucede lo mismo: no solo retratan a alguien o algo, sino que lo retratan guiada su mano por el sentir que aquello les produjo, de tal manera que Goya, Velázquez y Gargallo, por ejemplo, no solo nos contaron lo que veían, sino desde qué concreta emoción nos trasmitían su obra. Respecto a la arquitectura me voy a limitar a dos casos: el Museo Romano de Mérida, de nuestro paisano Rafael Moneo, donde brilla la emoción que sintió respecto al Imperio Romano por trasmitirnos su estética, su idioma, los fundamentos del Derecho y su cultura civil, y la Sagrada Familia, esa espectacular obra de Gaudí, en la que volcó apasionadamente la emoción que la sagrada familia- Jesús, María y José-le había inspirado.
Sobre la música huelgan los ejemplos, pero basta con recordar las “Cuatro Estaciones” de Vivaldi, en cuyas notas no está la primavera, sino la alegría con la que el compositor italiano la vivió. Así que las crónicas, en el fondo, más que relatos objetivos son emociones ajenas que calan nuestro espíritu y modulan nuestra experiencia; por eso suelen determinar las opiniones que nos formamos, lo que indica que resulta difícil, si no imposible, tener una visión totalmente objetiva de la realidad. Y es que si nos hubiéramos alimentado de crónicas realizadas por personas de otra cultura, la de la India por ejemplo, sentiríamos la existencia de manera diferente.