No sé si realmente amamos el verdadero bien, ese que es bueno en sí mismo y por sí mismo, aunque no nos convenga ni reporte ningún beneficio. Sin embargo sí que amamos y deseamos todos los beneficios que podamos conseguir. La prueba es que lo que consideramos útil para nosotros ocupa mucho tiempo nuestros pensamientos y nuestras conversaciones, lo cual es sintomático.
Nuestro gran Séneca, – ese filósofo del siglo l, que asombró a la juventud romana de aquel gran imperio, pero que el emperador Nerón no pudo soportar- dejó escrito en uno de sus muchos libros que lo que mejor podemos hacer es mantener largas y abundantes conversaciones sobre las cosas buenas; ¿por qué?, por dos razones evidentes, la primera es que de ese modo llegamos a entender con claridad en qué consiste el bien. Supongo que tenemos abundantes experiencias de esto: hablar mucho de política nos lleva a entender de política, hablar mucho de fútbol nos hace entender el balompié, hablar mucho de cine nos hace entendidos en el séptimo arte, y etc., etc.
Pero además hay una segunda razón importante para el filósofo cordobés, y es que no sólo llegamos a entender bien aquello de lo que tanto hablamos sino que, sobre todo, llegamos a amarlo, resultando que ese amor a las cosas buenas se nos traspasa y nos hace mejores personas porque tendemos espontáneamente a practicar el bien. Así que ya tenemos un buen método para conseguir perfeccionarnos, pero la pregunta es si realmente dialogamos mucho sobre estos asuntos durante nuestra vida.
«Uno de los temas importantes de nuestros pensamientos y coloquios son los beneficios que buscamos»
La respuesta es claramente negativa, ocurriendo que uno de los temas importantes de nuestros pensamientos y coloquios son los beneficios que buscamos, y de ahí se deducen dos cosas: una, que de lo que más entendemos es de economía, y otra, que lo que realmente amamos es todo lo que puede resultarnos ventajoso. Y es más, cuando eso que se nos presenta como provechoso implica una inmoralidad o una injusticia, aunque sean leves, paramos pocas veces, porque las más se nos ocurre una excusa para trampearlo, o de no ser así, tratamos de olvidarlo por completo.
Hoy no es costumbre mantener charlas sobre la virtud en general, mientras que potenciamos al máximo conversar sobre lo que nos puede resultar lucrativo. Así que ya está claro lo que nos gusta y lo que no nos gusta, pero también es cierto que nos convendría hablar más acerca de las bondades morales del ser humano, porque entonces seríamos mejores y la vida resultaría más tranquila, aunque no lo creamos.