A todos nos habría gustado que hubieran encontrado a Julen vivo, porque de alguna manera todos hemos participado en su búsqueda, de alguna manera hemos estado en aquel montículo ayudando a los abnegados técnicos, colaborando del mejor modo posible con los arriesgados bomberos y Guardias Civiles; de alguna manera hemos estado animando a los desconsolados padres del niño, porque ¡qué pena tan grande que se perdiera esa sonrisa de Julen, esa su ilusión y su alegría infantil, esa bondad todavía sin mácula y esa esperanza tan maravillosa sobre el misterio de la vida! Pero no ha podido ser y nos hemos sumergido en la tristeza, aunque no hayamos conocido al chico, pero que nos hubiera gustado darle un abrazo, o al menos mirar con satisfacción sus límpidos y simpáticos ojos. Después de unos esfuerzos tan intensos, generosos y arriesgados, la búsqueda no ha podido cumplir con su objetivo.
Pero yo creo que ese ánimo con que todos hemos seguido ese proceso, se debe a que nuestro inconsciente ha detectado algo importante: que esa búsqueda es una imagen de la nuestra propia. Porque presumo que todos-o la gran mayoría- hemos dejado caer al niño que fuimos en un pozo profundo, hemos hecho que olvidáramos su sonrisa limpia y clara, su ilusión y su sinceridad que eran nuestras, y hemos permitido que se hundiera muy lejos de la superficie que hoy vivimos.
“Nuestro inconsciente ha detectado que la búsqueda de Julen es una imagen de la nuestra”
Aunque de cuando en cuando sentimos la necesidad de buscarnos y recuperarnos, no suele ser un sentimiento que perdure, porque nos parece imposible tener éxito, pero bastaría que tuviéramos fe en lograrlo, que nos propusiéramos buscarnos como la tarea principal durante un tiempo, excluyendo todas las demás, Tendríamos que iniciar el proyecto y luchar contra las dificultades, prepararnos para bajar ese pozo profundo en el que hemos dejado caer nuestra niñez, y utilizar los medios indispensables para dinamitar las rígidas rocas de egoísmo que nos sepultaban.
Habríamos de dejar transcurrir tiempo para purificar el ambiente, contaminado por las múltiples explosiones- pues no tendríamos otro modo de romper la dura losa de traiciones que nos ocultaba- seguir con el pico de la voluntad horadando los últimos cinismos que nos cerraban el acceso, y después, seguro, nos encontraríamos vivos, rescataríamos lo mejor de nosotros mismos y podríamos, por fin, recobrar aquella verdad pura con que iniciamos nuestra vida. Porque aún es posible llegar hasta el fondo.